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Vigilar Doñana

El buque insignia de los espacios naturales de España y Andalucía exige una vigilancia permanente, un celo superior al del 100%

El informe de la Brigada de Investigación de Incendios Forestales (BIFF) de la Consejería de Medio Ambiente sobre el incendio de Moguer, que calcinó en el entorno de Doñana cerca de 9.000 hectáreas, concluyó no sólo que el origen de las llamas estuvo en las actividades de una carbonería, sino que además los responsables de ésta intentaron "ocultar evidencias" utilizando "maquinaria pesada" para realizar movimientos de tierra en sus instalaciones. Hace unos días supimos que la Guardia Civil investiga a tres hombres que podrían estar detrás de un incendio forestal el pasado 8 de julio en el interior del espacio natural que calcinó una superficie total de 70 hectáreas; fue en el interior del Corredor Verde del Guadiamar, y afectó a los términos municipales de Aznalcázar e Isla Mayor (Sevilla). La rapidez con que se cursó el aviso y la celeridad que el Infoca imprimió a su intervención impidieron un nuevo desastre ecológico, pues el Corredor Verde del Guadiamar constituye un enclave vital para muchas especies de flora y fauna, algunas de ellas catalogadas en peligro. Es en estos casos, provocados por la acción del hombre -en ocasiones de forma negligente y otras veces con toda intención-, cuando comprobamos hasta qué nivel puede llegar la fragilidad de Doñana, buque insignia de los espacios naturales españoles y andaluces. No es alarmismo, sino preocupación, poner el acento en exigir una vigilancia extrema sobre todo ese preciado territorio que desde hace años está viviendo un momento crucial para su preservación y desarrollo. Hace pocos menos de un año que técnicos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UINC) emitían el diagnóstico de que Doñana goza de una razonable buena salud, y el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco estimaba también que el estado del Coto es "satisfactorio", destacando que se mantenían vigentes los valores que propiciaron su inscripción en la nómina del Patrimonio Mundial en 1994. Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo. Y mucho menos debemos arrojarnos en brazos de la relajación. Doñana exige una vigilancia permanente, un celo muy superior al del cien por cien. Y siendo letales las llamas en su voracidad, en su capacidad de destrucción, no son las únicas que pueden llevar al parque a un deterioro irremisible. No hay que olvidar el problema del agua, que es en realidad el gran achaque del espacio natural. La crisis de sus acuíferos tiene también una génesis determinante y bien localizada: es la mano del hombre, que con malas prácticas agrícolas y el abuso del regadío comete un expolio de graves consecuencias. Gobierno central y Junta, en coordinación, están obligados a no bajar la guardia. Son los principales centinelas de Doñana.

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