POR montera

Mariló Montero

La voz de Tang

ESA mano muerta que sobresalía de entre las ruinas escolares del terremoto de Yingxiu exhortaba a que se contara su historia. Esa súplica se delataba en la fuerza con la que empuñaba el bolígrafo al que se quedó aferrada mientras el edificio entero se derrumbó en plena clase de adolescentes. Esa mano herida de muerte, ensangrentada, tumefacta, con un guante de polvo, imploraba que se leyeran las breves líneas de su vida. Es tan descomunal la cifra de fallecidos que se ha producido en el terremoto de China que resulta imposible individualizar las historias más allá de algún titular. Es, pues, necesario que la colosal tragedia donde se contabilizan más de setenta mil víctimas alcance una justicia espiritual. A esa mano muerta que empuña un bolígrafo roto de tinta azul, le ofrezco mi trozo de papel para que cuente su historia.

Hola, me llamaba Tang, tenía doce años y estudiaba en un pequeño colegio de Ya'an hasta que el terremoto que ve estos días por la tele lo deshizo como la arena de un reloj. Estaba en clase tomando los apuntes que nos dictaba la profesora cuando todo empezó a temblar y ninguno pudimos huir. Los quinientos estamos enterrados en esta fosa común. Mi escuela no tiene sistemas de seguridad, ni esos rodamientos que mecen a los edificios de las capitales para que no se rompan durante los seísmos. Quienes somos pobres y vivimos en zonas rurales estudiamos en escuelas privadas. Las construyen unos señores con poco dinero y la buena voluntad de que podamos permanecer en la misma ciudad con nuestros padres. Aun así, el mío tuvo que irse a trabajar a Shangai para mandar dinero a mi abuela. La prioridad es que recibamos educación, aunque el edificio sea de ladrillo, no tenga calefacción o lavabos. Mi ilusión era estudiar en Pekín, en un colegio público de esos que construye el Gobierno y que no se han caído. También lo puede ver por la tele: hay uno enfrente de mis escombros. Pero a nosotros no nos dejan acceder al permiso de residencia con el que podría haber obtenido el hukou para matricularme ahí. Un día, la profesora nos explicó que el Gobierno había comenzado a cerrar más de 240 escuelas porque incumplimos los requisitos sanitarios, pero que no íbamos a obtener otra dónde estudiar. La verdad es que tenemos uno de los presupuestos más bajos del mundo para la educación.

Bueno, le dejo porque estoy escuchando los gritos de mi padre que ha venido a recoger mi cadáver. Su jefe le ha permitido dejar el trabajo en la construcción para venir a buscarme. Pronto reconocerá mi mano, a pesar de que sólo nos podemos ver una vez al año, durante el Año Nuevo Chino. Me duele verle tan desesperado, además soy hijo único porque la ley no nos deja tener hermanos. Esta era mi vida y la de 58 millones de niños, hijos de 120 millones de inmigrantes rurales.

Esta es la voz de una mano muerta sin más líneas de la vida.

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