Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Narra el evangelista Juan que María de Magdala, tras aparecérsele Jesús, regresa junto a los discípulos y les dice: "He visto al Señor" (20,18). Esa exclamación, entre atemorizada y jubilosa, expresa bien el auténtico sentido que para todo creyente habría de tener la culminación de la Cuaresma y la verdadera vivencia a la que nos emplaza el Domingo de Resurrección. Ya sé que la nuestra es tierra barroca, en la que deslumbran y conmocionan más los desgarros de la Pasión que el misterio insondable del sepulcro vacío. Pero nada sería aquélla sin la cima que paradójicamente supone éste.

En efecto, llegada la Pascua, cabe constatar que Dios, como siempre, ha cumplido su promesa: envió a su Hijo a la muerte para la redención de los hombres y lo ha resucitado de entre los muertos para nuestra salvación. Pero ese formidable hecho, el central de la Historia según nuestra fe, aún necesita la respuesta de cada uno de nosotros para alcanzar plena virtualidad salvífica. Si ahora no somos capaces de ver al Señor, como lo vieron María Magdalena, Simón Pedro, los discípulos de Emaús o el propio Tomás, de poco nos servirá que Cristo haya vencido a la tiranía de la muerte. Quien no pueda hoy reencontrarse con Él, contemplar su gloria y sentirlo presente y vivo, habrá recorrido el camino cuaresmal en vano. Para un cristiano, nos dice el sacerdote y escritor José-Fernando Rey Ballesteros, la Pascua es tiempo de búsqueda y encuentro, de visión y gozo. Jesucristo, triunfante y redivivo, busca a los suyos y éstos han de estar dispuestos a dejarse encontrar.

¿Dónde?, me preguntarán. Pues en el silencioso huerto de nuestro espíritu. Tan cerca que quien no se adentre en él será porque no quiera. Ahí, en los recovecos del alma, en la frondosidad de nuestras angustias, temores y soledades, aguardando que seamos capaces de aniñarnos, de ensimismarnos, de desoír la razón y las razones de un mundo que abjura de cuanto no sea tangible y superficial, Cristo espera. Basta con mirar y mirarse con la primigenia inocencia, con desnuda sinceridad y expectante afán. ¡Ojalá que seamos capaces de vislumbrar así su eterno y paciente rostro! ¡Ojalá que la Pascua cierre hoy para ti y para mí su prodigioso círculo y que tú y que yo, con la desbordada alegría de quien atrapa una certeza distinta, ilógica y nueva, podamos gritar, hacia dentro y hacia afuera, aceptando desde entonces tan arduo y exigente compromiso, que Lo hemos visto!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios