Calle Ancha

Alberto Ramos / Santana

El tornado del Trompeta

LA noticia la conocimos en la oficina. Llegó Quirós, que habitualmente tiene conexión directa con la Oficina de Riesgos Extremos -y con La Moncloa, aunque esto no quiere que se sepa- y nos avisó: "no salir de aquí, que viene un tornado a las 14 horas", sentenció, para añadir, "echa una copita, y esperamos a ver que pasa". Pese a la sangre fría de Quirós, aparecieron los nervios, la gente comenzó a usar los móviles, los jerarcas de la administración que, casualmente, estaban en la oficina, dieron, por teléfono, órdenes de desalojo inmediato de los puestos de trabajo, los padres apurábamos la tarea -en algunos casos, los menos, la copa- para ir a recoger a nuestros niños al colegio, unos cuantos decidieron esperar en la oficina, cerveza en mano, para que no les cayeran cascotes… Inquieto, como casi todos, miré a mí alrededor tratando de buscar una palabra de ánimo, algo en lo que asirme, un resquicio de calma en medio de la tempestad -nunca mejor dicho-, y en ese momento me percaté de la sonrisa del Trompeta. Con ciertos nervios, pero al mismo tiempo con fruición no contenida, se atusaba el bigote e insistía en el peligro que podía suponer el tornado: "Iros a casa, no salir, esta noche que nadie vaya a trabajar, que ninguno vuelva a la oficina…", gritaba casi como un poseído…, pero detrás de esa aparente expresión de crispación preocupada, se atisbaba una sonrisa malévola.

Salimos todos más o menos corriendo, más o menos sin apurar la copa de manzanilla, recogimos la ropa del tendedero, los niños del colegio, sacamos el coche del garaje -por aquello de que el seguro paga uno nuevo en caso de siniestro total-, compramos repuestos de patatas fritas y mortadela, por lo que pudiera pasar, y nos fuimos para casa. El cielo ennegrecido, las fortísimas rachas de viento anunciadas, la lluvia torrencial que nos amenazaba, decidieron descansar. Hacia las 16 horas, cuando los avisos de emergencia decían que vendría lo peor, comenzó a teñirse de azul el cielo. El viento amainó, dejó de llover -"las nubes se levantan y los pajaritos cantan"-, y el tornado descansó, aunque no sabemos si llegó a cansarse. La tarde gaditana quedó adormecida. Nadie, o casi nadie, salió a la calle, excepto los amantes de la poesía y los seguidores del Barsa.

Me cuentan que en el servicio de emergencias, y en la correspondiente delegación autonómica, están buscando al que difundió una noticia alarmante sin motivo, pues la Agencia Estatal de Meteorología aclaró que no había fundamento científico para la alarma. Que no busquen en sitios equivocados. Que interroguen al Trompeta, al de la sonrisa sibilina, que gracias al supuesto tornado se pudo quedar en casa viendo un nuevo latrocinio del Barsa.

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