Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El tiempo de las pesetas

EN pleno apogeo de las reflexiones sobre el alcance de la crisis, sobre las secuelas de la huelga de los camioneros (habrá que ver, por cierto, cuándo vuelven, si vuelven, los precios de las hortalizas a las cifras de antes de la escasez) y del no de los irlandeses a Europa, me encuentro con el anuncio (divulgadísimo) de un automóvil, el Seat Altea, que usa el señuelo de una rebaja nada común: ¡está formulada en pesetas! Sí, los fabricantes del automóvil, los mismos que presentaron una regulación de empleo temporal en su factoría de Barcelona a causa del desabastecimiento de piezas para las cadenas de montaje, ofrecen el coche con 500.000 pesetas (sic) de descuento. Podrían haberlo rebajado en 3.000 euros (no es lo mismo: es un precio de hoy y, por tanto, demasiado común) pero han optado por algo tan fantástico como la regresión temporal y económica: han cambiado la divisa oficial de España y regresado con ella al siglo XX a captar compradores de mil novecientos noventa y tantos. ¡Medio millón!

No es casual, qué va. Todos sabemos que en publicidad cualquier frase ha sido mascada antes, regurgitada y vuelta a mascar por decenas de creativos, y supervisada por directivos y expertos en psicología social. En este caso, además, las concomitancias están claras. Entre nosotros hay una cada vez más acendrada nostalgia de la peseta, una añoranza que se acentúa conforme suben los precios, se desboca el Euríbor, mengua la capacidad adquisitiva y remonta el barril de petróleo. ¿Es eso una prueba de antieuropeísmo? Quizá. La gente habla del Tiempo de las Pesetas como de un periodo edénico (o adánico) en que el mercado se guiaba por cifras asequibles, los amantes se regalaban rosas en pesetas, se contribuía con duros a las causas nobles y los humildes se confiaban a las tiendas de Todo a Cien. Tres mil euros es una cifra volátil, esquiva e insociable. No se apega al bolsillo ni anida en la cuenta corriente. Llega y huye. Todo lo contrario que la peseta: ese amor de moneda.

Para observar en su pleno dramatismo la diferencia entre un mundo y otro basta con traducir el precio de un kilo de modestísimos pimientos verdes (3,80 euros) a pesetas: 632. O la multa a Jiménez Losantos por injuriar a Gallardón. No es lo mismo una injuria tasada en 36.000 euros que en seis millones de pesetas. La diferencia no sólo es de coste, sino conceptual. Y, desde luego, de tiempos. Dice el locutor con una insolencia de nuevo rico de los Tiempos del Euro, que la indemnización, aunque escandalosa, es "un módico precio". La popularidad de Zapatero, que es un presidente del siglo XXI, con un optimismo forjado en el euro, se ha resentido a la primera evidencia de crisis.

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