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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Al solecito

LA peripecia de los dos sindicalistas del Ayuntamiento de Jerez que se han pasado quince años, quince, tres lustros, tres, sin ir al trabajo, está dando lugar a un sinfín de comentarios desde los más diversos puntos de vista. Es un asunto poliédrico. Están las críticas al sindicalismo, en cuya bandera, como en la del patriotismo según el doctor Johnson, se arropa más de un caradura. Y las críticas a la función pública, a la que el caso salpica. Y a los políticos, que trapichean con privilegios que pagamos todos para comprar su tranquilidad y su paz social. O las suspicacias por el momento en que ha saltado la noticia, al rebufo de una conflictividad social. Y hay algunas defensas también de los afectados.

A mí me puede la querencia y me quedo con la cuestión humana. Asiento a las críticas, sí, pero cuando llega mi turno me pregunto: ¿estos señores de los quince años, quince, cómo vivirían su día a día? ¿Se indignarían por la corrupción leyendo el periódico? No lo sé, pero apostaría a que, apostados en la barra de la cafetería, exclamarían, alterados: "¡Son todos unos sinvergüenzas!"

Y cómo me habría gustado oírlos hablar de los sagrados derechos de los trabajadores, de los problemas de productividad, de lo malos que son el capital y la globalización, de cuánto explotan los empresarios y los jefes, y toda la pesca. Como me estoy creciendo en mi ejercicio imaginativo, los veo viendo un partido de fútbol en la tele y comentando, muy indignados: "Es que no corren, ¡no corren!, con lo que ganan…"

Todo eso, por fuera. Por dentro de su conciencia también me gustaría mucho verlos, aunque sospecho que allí será todo menos gracioso. No porque crea que la tendrían negra, sino por la inagotable capacidad humana para la autojustificación. Ellos se pensarían que estaban dejándose la piel por la calidad de vida de los trabajadores, empezando por ellos, predicando con el ejemplo, adelantados a su tiempo, vanguardia de clase. No creo que en abstracto no desearan esa vida a todo el mundo, menos a los jefes, al capital, a los políticos, tan sinvergüenzas, y a los futbolistas, tan vagos. Se la deseaban a casi todo el mundo, pero ellos iban experimentándola con antelación, explorando el terreno.

Los lunes al sol fue una película sobre el paro; Los lunes y los martes al solecito podría ser una película muy esclarecedora sobre estos sindicalistas. Es una experiencia humana fascinante.

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