Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Las señoras, primero

CON el feminismo no me meto por caballerosidad, aunque ante el llamado lenguaje de género se me escape a veces algún exabrupto, disculpen. No me meto no sólo por no replicar a ninguna señorita, aunque sea feminista, sino por dejar que las otras mujeres den esa batalla, que la dan muy bien a su manera. No entran a discutir planteamientos teóricos, como los hombres, sino que hacen de su capa un chal. Lo que enerva más a las feministas radicales, que son entonces menos seguidas, por lo que se enervan aún más, en un círculo vicioso de libro.

Pondré un ejemplo: la brecha salarial entre hombres y mujeres. Los datos abstractos demuestran que existe, pero en la práctica (y hablando en general) sucede en buena parte de los casos que las mujeres optan por una mayor conciliación o que su responsabilidad les impele a no coger más trabajo del que pueden realizar con solvencia o que no les ciega tanto la ambición, etc. Hay más ejemplos, pero la idea está clara: las mujeres reales saben gestionar a su modo las demandas del feminismo, tomando lo que les convence.

Sin embargo, el discurso feminista sí merece dos tirones de orejas, hechos desde el cariño y con la mayor galantería posible. Si me atendiese, aumentaría su legitimidad para sus otras reclamaciones, algunas muy justificadas. Pero tiene dos agujeros negros de credibilidad. El más increíble: su escasa militancia contra la discriminación y el maltrato a las mujeres del islamismo. Es una batalla que el feminismo no lidera, inexplicablemente, que apenas da. Lo cual hace un tanto ridícula tanta tensión después por la situación en las sociedades occidentales, que son, de largo, las más igualitarias del mundo. Su cerrada defensa del aborto a toda costa resulta también extraña. Por un lado, las mujeres que abortan son, en numerosos casos, víctimas: van forzadas o abandonadas a su suerte, y sufren graves secuelas. De eso, el feminismo no habla. Por otro lado, en muchos países se practica un aborto selectivo de mujeres, que es la peor discriminación sexual que pueda imaginarse. Ni mu, tampoco. No me lo explico, por mucho que barajo dos razones. O un bárbaro eurocentrismo, que hace que lo que ocurre fuera de Occidente no les importe o, quizá, una subconsciente rebelión contra el principio patriarcal de "las señoras, primero" que les hace desatenderse de las más necesarias y urgentes defensas a las mujeres de hoy, paradójicamente.

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