La tribuna

Gumersindo Ruiz

Por una segunda revolución verde

CUANDO se organizó en 1985, con la colaboración de la Facultad de Económicas, el Congreso Mundial de Economía Agraria en Málaga, las preocupaciones no eran por la escasez de alimentos ni los precios, sino por mantener las rentas de los agricultores y por cómo afectaba a nuestros cultivos la política agraria común europea. Veníamos de los años brillantes de la llamada "revolución verde" y todavía se estaban recogiendo los frutos de las nuevas semillas, pesticidas, fertilizantes, inversiones en canalizaciones, sistemas de riego e invernaderos, intensificación energética y mecanización; las explotaciones (y los mercados) se habían hecho mayores y más rentables.

Es verdad que este titánico esfuerzo de inversión e investigación venía motivado, en parte, por el temor de los países occidentales, sobre todo Estados Unidos, a que la pobreza favoreciera la expansión del comunismo, pero el resultado fue que la producción agrícola creció a una tasa del 2% anual entre 1970 y 1990, en línea con el de la población, y los precios se mantuvieron bajos.

Cuando se ha reunido esta semana la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en su sede de Roma, las cuestiones a tratar son dramáticas. En el período entre 1990 y 2008, la productividad se ha reducido a la mitad y productos tan elementales como el arroz o el trigo se han vuelto prohibitivos para las capas más pobres de algunos países. Casi un tercio de la población mundial -2.000 millones de personas- está mal nutrida, 800 millones pasan hambre a diario, 9 millones mueren cada año. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? Quizás, la respuesta más simple es que, por un optimismo infundado, se pensaba que ya había suficientes alimentos y baratos, y que demandas y ofertas estaban ajustadas.

¿Es un problema de crecimiento de la población mundial y su capacidad de consumo? ¿Son los desequilibrios puramente económicos, cuestión de precios, subvenciones, restricciones a la exportación, de distribución? ¿Es una crisis social y política y responde a las causas fundamentales que determinan la pobreza: enfermedades, guerras, gobiernos corruptos e irresponsables? ¿Se debe a una incapacidad tecnológica y a la falta de inversiones? Estas preguntas no pueden contestarse de manera aislada, sino que se relacionan entre sí, y las respuestas han de dar lugar a una estrategia compleja.

En 1798, Robert Malthus publicó su famosísimo e influyente Ensayo sobre la población, en el que establecía que si la población crecía a una tasa mayor que los alimentos, el mundo estaba abocado a la miseria. Cuando Malthus escribía esto la población era de unos 1.000 millones, hoy somos 6.700 y en cuarenta años se superarán los 9.000; aunque la población crece a una tasa similar a la de los alimentos, el consumo aumenta por la mejora en las condiciones de vida y renta en países como China o India. El malthusianismo no es ni mucho menos una curiosidad histórica, pues Malthus habló de capacidad adquisitiva, tierras cultivables, y de la forma de alimentar a la ganadería: "Un animal cebado puede, en ciertos aspectos, considerarse improductivo, si no añade nada al valor de la materia prima que consume".

En las cuestiones económicas no debemos adoptar posiciones extremas. Los agricultores han de recibir un precio adecuado para que tengan estímulos para producir; vemos estos días la desesperación de los ganaderos ante el encarecimiento de piensos y energía, la debilidad de los mercados de frutas y hortalizas, frente a los buenos precios de los cereales. También se discuten los errores de la política de la Unión Europea limitando la producción de productos que hoy escasean, o la dejación de responsabilidades nacionales y regionales con la excusa de que la agricultura depende sólo de Bruselas.

Los productos modificados genéticamente están ahí para aumentar la productividad; sobre ellos hay recelos que quizás estén justificados, pero que no pueden cerrar la puerta a la innovación. No es que la tecnología lo sea todo, pero la agricultura necesita un impulso inversor como el que recibió en la "revolución verde".

John Maynard Keynes, en su introducción a una edición del Ensayo de Malthus, se refería a los filósofos sociales que en otra época trabajaban para dar luz a problemas similares como pertenecientes a "una tradición caracterizada por el amor a la verdad y noble lucidez, por una prosaica sensatez libre de sentimentalismo o metafísica, y por un inmenso desinterés y civismo". Quizás en seguir estos principios estén las claves para remediar la situación tan difícil y desoladora por la que atravesamos.

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