Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

No sabe nada

LA sobrecarga de respeto y reverencia que ha de atenazar a cualquier policía al interrogar a todo un ex primer ministro de su país, explotará en una risotada cuando Sócrates se excuse: "Sólo sé que no se nada". El chiste es fácil, pero la ocasión, propicia. Y el hecho -cada vez más frecuente- de unos humildes agentes de la ley deteniendo a los príncipes de la política necesitará de estos desahogos y distensiones.

Los maletines de dinero, el amigo de la infancia, el abogado de confianza, el chófer en el ajo…, lo del antiguo primer ministro luso tiene todos los ingredientes de un caso de libro. No le falta un perejil. El problema es el picante, que tampoco le falta. Fue este señor, socialista para más inri, el que firmó las medidas que redujeron a Portugal hasta la situación de país intervenido. Su economía se resiente aún del golpe y sus trabajadores tienen encima el peso muerto de levantar de nuevo la situación.

Vivimos en un mundo post-ideológico donde la economía ha adquirido un protagonismo principal. Hay quien lo lleva hasta el extremo -exagerado y, sobre todo, contraproducente- de no pensar en nada más, como Rajoy. Pero se trata, sin duda, de un elemento clave de la soberanía de cualquier nación posmoderna. Los problemas del secesionismo catalán, sin ir más lejos, serían mínimos de no estar nuestra economía a la quinta pregunta. Y no hablaríamos de Podemos ni le veríamos las orejas al lobo del populismo sin una crisis de aúpa, gestionada, además, de espanto.

En una isla Utopía actual de leyes perfectas, la corrupción económica de los gobernantes, además de los delitos estrictamente financieros en que incurran, tendría que estar penada como lesa traición. Si consideramos los males que supone para la nación, los peligros a los que la expone, la desafección patriótica que inocula, el desprestigio internacional que le acarrea…, no se trataría de algo descabellado. La democracia, la integridad y la independencia de las naciones está en juego.

No hay que invitar al presidente portugués a tomar la cicuta. Sería llevar la broma del apellido demasiado lejos. Pero no está de más, en cambio, recordar que los atenienses condenaron al Sócrates auténtico porque sus enseñanzas, que hoy estarían cubiertas por el manto de la libertad de cátedra, de pensamiento y de expresión, resultaban desintegradoras o destructivas para el Estado. ¡Pues fíjense ahora la corrupción!

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