perversiones gastronómicas

josé Berasaluce Linares

Los reservados La intimidad como espectáculo

Cuatro espacios secretos en restaurantes

Secretos no son las cosas que no se cuentan, sino las cosas que se cuentan en voz baja y separadamente... (Marcel Pagnol)

Los espacios públicos también necesitan de pequeños reductos secretos, de cenáculos donde poder mantener privacidad. Es una interesante contradicción. Los restaurantes, los colmados, las ventas y las tabernas siempre tuvieron estos pequeños lugares bien escondidos para la reunión, las confidencias o la fiesta entre amigos.

Las estancias secretas siempre han sido objeto de culto para la maquinación y la intriga y han gozado de admiración para el fetichista, el intelectual o el conspirador. Comer en un apartado es un lujo en el infernal ruido de muchos establecimientos públicos pero a la vez permite deleitarse de cierto anonimato mientras se oye, de lejos, el murmullo de la muchedumbre a sabiendas de que tu intimidad nunca podrá ser violada.

A menudo los usuarios de estos lugares quieren discreción y no desean compartir sus conversaciones con otros, aunque en el fondo de la cuestión los reservados no son otra cosa que una metáfora de la espectacularidad del yo, un hecho sociológico analizado por la antropóloga argentina Paula Sibilia que ha ensayado en su obra "La intimidad como espectáculo" la otra perversión de estos lugares.

La exposición pública de la intimidad ha provocado un festival de vidas privadas de tal manera que algunos de estos clientes también quieren que se sepa que allí, en esa aparente privacidad, está el escenario del morbo, es decir, aquello que no se puede revelar y todo el mundo quisiera saber.

Lo público y lo privado comparten una delgada frontera llena de matices y de derechos que colisionan constantemente. Proteger la propia intimidad también es compatible con el deseo de saber de los demás como ha estudiado el profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla Pedro Rodríguez López de Lemus.

Todos estos conceptos confluyen idealmente en los restaurantes. Son los lugares idóneos porque en gran medida en ellos todo es puro teatro y la delimitación de espacios cumple una función escenográfica que configura la imagen simbólica y la distinción que se le otorga a cada uno de ellos.

Por su carácter encriptado no existe un catálogo de reservados en la hostelería pero hay muchos en la provincia dignos de ser destacados y nos acercamos a cuatro ejemplos que han motivado nuestra reflexión. Para ser un reservado hay que merecerlo. No vale cualquiera.

En primer lugar el reservado del restaurante La Carboná de Jerez, en la calle San Francisco de Paula, es el más romántico, un evocador salón gatopardesco lleno de espejos dorados, arcos ojivales, paredes encaladas, lámparas altísimas que cuelgan de un techo de bodega donde el chef del Sherry nos regala sus creaciones y en cuya sala cuelgan cuadros de otra época en un entorno decimonónico nada calculado.

Nuestra segunda clave es el Bar Terraza de Cádiz, en la plaza de la Catedral, una garantía de buen yantar y que conserva en su interior diferentes espacios íntimos que casi permiten entrar en sus cocinas y conocer los secretos de uno de los establecimientos más señeros de la ciudad donde se puede tomar desde un guiso del día hasta el mejor pescado frito en un ambiente sencillo. Especialmente hay que destacar el salón Gaspar Amaya, con estética taurina, gramófonos y un balcón a la plaza que le da luz y sabor. Entrar en los reservados del Terraza es algo mágico, laberíntico, tan lleno de recuerdos que parece que se viola un espacio sagrado.

En tercer lugar proponemos El Almacén, en la jerezana calle Latorre, restaurante recientemente restaurado que conserva el aspecto de casa de vinos antigua con un toque italiano, suelos hidráulicos, lámparas de damajuanas como grandes pompas de vidrio y encierra un acertado reservado discreto y amplio. Nos conquista el techo de este Almacén, lleno de vigas de madera y alfajías que forman un exquisito artesonado. En su carta se encuentra una completísima gama de vinos de Jerez.

Y por último Arsenio Manila, en el Paseo Marítimo de Cádiz. El más sofisticado y vanguardista. Una muestra de multibar hipster y alternativo que no renuncia a dar buen servicio. El ambiente es tan chic que a veces crees poder encontrarte a Quique Sarasola en una fiesta cool de un ático en Manhattan. Su reservado es una intimista sala colmada de libros situados en una estantería que deja entrever lo que ocurre al otro lado. Conviven con su discurso ecléctico el moderno uso del brutalismo inglés del hormigón crudo y la auténtica piedra ostionera. Los libros son una esperanza. Casi todo se cura leyendo.

¿Se imaginan ahora las cosas que pueden ocurrir en un reservado?

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