La cara de perplejidad de Blesa en los juzgados llamaba la atención. No era sólo la vergüenza por el escándalo, el descrédito, los insultos de los preferentistas arruinados… Había un asombro incómodo en su mirada, como si no diese crédito a lo que le pasaba. Como si fuese una situación no prevista en absoluto. Incluso como si hubiese pensado durante su recorrido delictivo que no estaba haciendo nada irregular. Que todos los privilegios, los abusos, no eran más que el pago natural por su enorme valía, su notable esfuerzo, su generosidad social con los necesitados... En definitiva, como si hubiese sucumbido por completo a ese entorno que rodea a los poderosos de toda laya, que les secuestra en una burbuja de adulación en la que se escucha permanentemente que todo reconocimiento y toda remuneración son pocos para los muchos merecimientos del jefe.

Tengo un amigo que hace una curiosa clasificación de las reacciones ante los jueces de los acusados por corrupción. Los cataloga en función de su compostura. Se centra en los capos de la Famiglia Gil, el clan que saqueó Marbella durante más de una década. Y señala la enorme diferencia que hay entre la sobriedad de Roca y los lloriqueos de Julián Muñoz. Quizá sea porque Roca sabía desde el principio qué estaba haciendo y los riesgos que corría en su astucia. Así que no le sorprendió que lo pillaran.

El caso de Muñoz, un camarero convertido en testaferro de su Padrino en el Ayuntamiento marbellí, es patético. Su fanfarronería de alcalde de opereta, la exhibición casposa de su poder, la novia folklórica, su ostentación rociera. Materia prima para un guión de tramposos en el cine del tardofranquismo. Parece ya olvidado, pero a estos bribones, los llorones, los sobrios y a su jefe máximo, los apoyó una mayoría de marbelleros, los frecuentó la crema y nata de la judicatura nacional, y los jaleó una parte de la prensa local bastante tiempo.

Blesa jugaba en otra liga. La de la gente refinada, altiva, que se lo merece todo, sin necesidad siquiera del coro de halagadores. Pero también tuvo su claque. Ahora todo el mundo repite que era amigo de Aznar, pero no habría llegado a la presidencia de Caja Madrid sin los tres votos de Izquierda Unida y el de Comisiones Obreras. En sus buenos tiempos tuvo muy buena prensa y amigos influyentes en todos los ámbitos. La perplejidad del poderoso ante su desgracia es directamente proporcional a la velocidad con la que desaparecen los cooperadores necesarios cuando pillan al truhan. Roca parece el único que lo tenía calculado. Así evita ser un reo perplejo o con pucheros.

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