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EL ALAMBIQUE

Alejandro / Barragán

Las ratas del río

LAS ratas de la margen derecha del río han vivido siempre por encima de sus posibilidades. No contentas con eso, se han pasado la vida reclamando servicios inviables, comodidades innecesarias y becas para estudiar. Estas ratas, amigas de la holganza, cogieron la costumbre de protestar en la barra del bar o de forma anónima en un foro de internet y nadie las criticó.

Como muchos otros bichos, adquirieron gran habilidad para conseguir subvenciones hasta de debajo de los desagües que dan al muelle del vapor. Y lo que es peor, entraron en la escrupulosa rutina de vivir de ellas. Las ratas de la margen derecha del río, no todas pero sí algunas, aprendieron a acercarse a quienes podían darles un carguito, aquellos influyentes seres vivos que ostentan cierta autoridad sobre los demás y sus ahorros. La ideología era un pretexto y se vanagloriaban de ello.

Las ratas de la mencionada margen de nuestro río, nadie sabe para qué, empezaron a solicitar viviendas protegidas, aprovechándose de su consideración como colectivo tradicionalmente excluido y marginado. Y, cómo no, al mismo tiempo morían por los juguetes de alta tecnología, vehículos de alta gama y cruceros la mar de relajantes. Ratas, pero no tontas. Pidieron préstamos, hicieron botellón y fueron al fútbol, a los toros y al zoo. Las ratas más conflictivas triunfaron en la bolsa o se dedicaron a especular con los terrenos. Las demás, siguieron estudiando. En resumen, ayudaron a mover la gran rueda de la economía mundial con tanta diligencia como cualquier otro consumidor de tipo medio.

Y un día, el día de la gran crisis, llegaron los bípedos con ropa y dijeron hasta aquí hemos llegado. No sois rentables, ratas. Y ni siquiera vais a votar. Y cuando vieron que eran demasiadas como para negociar con ellas, las administraciones se unieron en un pacto histórico y las exterminaron a todas.

Hoy, como la carnicería raticida no ha servido para atajar la crisis, ni mucho menos, todos miran ahora hacia la margen izquierda del río. La idea de cobrar un peaje a las ratas de enfrente adquiere mayor solidez a cada momento que pasa. Tarde o temprano, les dará por cruzar.

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