La tribuna

eugenia Jiménez Gallego

Un poquito de Luz

LUZ María fue alumna de mi instituto quince cursos atrás. Cuando tantos años después me la encontré por la vida no la había olvidado: fue mucho lo que nos hizo trabajar, lo que nos hizo discurrir. Ella fruncía su ceño, se cruzaba de brazos y se enfrentaba al profesorado y a cualquier compañero que pensara que la miraba mal. Y lo justificaba con toda la lógica del mundo: "en mi casa me tienen dicho que si alguien me hace algo yo tengo que pegar más fuerte o si no me pegarán a mí". Quizá en su barrio y en la historia de su gente esa ley era necesaria, era la forma de sobrevivir, pero en un centro de Secundaria era una bomba que no sabíamos desactivar. No aprobó ningún curso y cuando se marchó adolescente y embarazada nos pareció que sólo había aprendido a pedir ayuda cuando estaba a punto de estallar. Que habíamos avanzado únicamente en proteger a los demás de su furia, pero no a ella misma.

La volví a ver hecha una mujer y de nuevo yo no estaba preparada para lo que tenía que decirme: "Mi hija es ahora alumna del instituto. Y de sobresaliente. La tutora siempre me habla muy bien de ella". Y no hay cosa más cierta, aquella niña que crió tan jovencita es una señorita despierta, estudiosa, bien educada. "Todavía recuerdo lo que ustedes me decían y todas aquellas cosas se las he contado yo a mi hija".

Pequeños milagros cotidianos. Una intervención que tarda en dar sus frutos una generación, una cosecha tardía pero preciosa. No es el único caso, muchos chicos y chicas se pasan a visitar a sus antiguos profesores de este centro y de muchos otros para agradecer lo que recibieron. Para reconocer que incluso los castigos les ayudaron, cuando se les trató a la vez con cariño. Sirvieron porque no vimos sólo sus conductas, sino sus personas. Porque no les dimos sólo Matemáticas y Geografía, sino un ratito de escucha cuando lo necesitaron, una palabra de elogio cuando dieron un paso. Porque respetamos el camino empedrado por el que transitaban y quisimos acompañarlos un trecho.

El escrito de hoy es un homenaje a esos niños heridos que supieron recibir y avanzar, que lucharon duro por superar circunstancias difíciles. Y para todos esos docentes que se dan a sí mismos como tutores: que encuentran siempre ese momento para hablar con sus alumnos, para confrontarlos y consolarlos y espabilarlos y oírlos.

Y también un mensaje de aliento para esos profesionales de la enseñanza que muchas veces se desaniman porque tanto esfuerzo que hacen en cada clase no parece tener su recompensa. Porque intentan ayudar o corregir a sus alumnos y encuentran aparente indiferencia. La moraleja de esta historia es que su aportación muchas veces se recoge en diferido, que aunque ellos no lleguen a verlo sus palabras calan y empapan la vida de otros.

Es cierto que el comportamiento de esos profesores parece casi paradójico: tanta entrega cuando les corresponden con más horas de trabajo, más alumnos y menos sueldo. Cuando hasta la menguada paga de Navidad les ha llegado este año con tanto retraso. Esa paradoja se llama vocación. Pero quién sabe cuánto tiempo más podrá pesar esa motivación frente a tanto maltrato laboral reiterado, frente a tanto desánimo. Y si les termina apagando la apatía es mucho lo que perderán las nuevas generaciones, que esta bendita siembra de humanidad no tiene precio.

Los dos últimos cursos otra alumna nos dio de nuevo mucha guerra. Y se llevó su cosecha de suspensos y de partes y de expulsiones. Porque nuestra responsabilidad es también proteger a sus compañeros, preservar su derecho a dar sus clases en paz. Pero también se llevó su ración de entrevistas y cariño, de diálogo para acercar nuestros mundos, de aprendizaje de estrategias para manejar su rabia. También se ha marchado chiquita para convertirse en madre sin ningún título bajo el brazo, pero nos ha traído a su bebé de dos días para mostrarlo a sus tutores, a su orientadora, a su jefe de estudios. Un profesor de matemáticas me preguntaba: "¿será ella una nueva Luz María?". Es pronto para saberlo, pero ese gesto suyo tan tierno de presentarnos a su niño me hace pensar que sí. Que ese chiquillo al menos no entrará en las clases con el puño en alto, con el ceño fruncido, que hemos hermanado otra vez universos distantes.

Comienza un nuevo año con el telediario lleno de crisis y corrupciones. Pero a nuestro alrededor hay mucho más que eso, hay muchos pequeños milagros cotidianos, muchos seres humanos que se encuentran y florecen, muchas pequeñas historias de Luz.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios