Mariano Rajoy acumula los problemas trascendentales de España. El PP gozó de mayoría suficiente para abordar la reforma constitucional y el nuevo sistema de financiación autonómica, pero el presidente rehúye la negociación, su sentido burocrático de la acción del poder se refleja en la falta de acento político de su Gobierno. No hay ni un ministro que articule un discurso sobre Cataluña, no es que le falte el relato, es que son incapaces. Al menos antes estaba Margallo, pero era un bocazas: Zoido, Dastis, Montoro, Soraya y Catalá son sólidos en sus materias, pero ni uno de ellos va a convencer más allá de las filas de las gaviotas. El portavoz está cortado por el mismo perfil. ¿Por qué no hablan con empatía a los catalanes? ¿Por qué no van más allí? En definitiva: un poco de política, pero no en el sentido de ceder ni de claudicar, sino de convencer. El Estado de derecho está con el Gobierno, su deber es restablecer el orden constitucional en una comunidad donde las instituciones autonómicas son insurrectas, pero a veces pienso que al gabinete de Rajoy le hace falta, con urgencia, una transfusión de sangre política. O al menos la misma mala leche e inquina que fueron repartiendo por toda España contra el Estatut y contra los intentos para acabar con ETA. Claro que eso era en la oposición.

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