Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

El poder y la gloria

ES mezclar churras con merinas -chungos con eméritos-, pero muchas imágenes últimas me conducen a esta reflexión: qué mal trata la política. Pienso en la imputación de los ex presidentes de la Junta y en la salida de Teófila, vergonzosa (no para ella, por supuesto) del Ayuntamiento, entre insultos, la mañana de la investidura del excelentísimo Kichi. No son equiparables la sospecha fundada y fundamentada de haber cometido algún delito que el desafecto ruidoso de una masa enardecida, claro está, pero mi retina funde, ya digo, churras con merinas. Siempre acaba el poder pasando unas facturas demasiado altas.

¿Por qué se sale tan magullado? A veces, hasta imputado; casi siempre derrotado, o en la propia cabeza (de cartel), como Felipe González, o en cabeza de turco, como Aznar; y siempre discutido, desgastado, desilusionado, deshecho… Las explicaciones son muchas y variadas, pero las podríamos resumir, quizá, en una: el poder puede poco. De ahí la tentación constante de saltarse los límites legales, para tratar de poder algo más. De ahí también la ley de la gravedad que fuerza a desilusionar a la larga a muchos que esperan la solución a sus problemas que se les prometió en los días de vino y rosas de las campañas electorales, pero que luego la resaca de la realidad hace imposible.

Se discute si los políticos tendrían que cobrar más para hacer el servicio público atractivo a los mejores profesionales. Mucho antes de eso, la sociedad debería hacer ejercicios de reconocimiento y gratitud para que los finales de las carreras políticas resultasen menos trágicos y traumáticos. No para los que se saltaron la ley, pero sí para el resto.

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