De poco un todo

Enrique García-Máiquez

El pito del sereno

ME imagino el pisto que se darían los magistrados del Tribunal Constitucional, el regodeo con que asumirían su nombramiento, la admiración de sus amigos y conocidos, la satisfacción de sus cónyuges y hasta la envidia de sus colegas y vecinos. Habían llegado a lo más alto, oh. Y todo, ¿para qué?, se preguntarán ahora, si son sutiles, o en cualquier caso, cuando dejen sus puestos, irremisiblemente.

El papel del Tribunal Constitucional es, hoy por hoy, el del pito del sereno. Véase su sentencia sobre el Estatut. Cuatro años de querer casar lo incasable, de procurar contentar a todos, de mantener a la vez el puesto y el prestigio, de sortear presiones e imperativos y, cuando por fin dan con una solución, la sentencia se la toman todos a cuchufleta. ¿Qué caras se les tienen que haber quedado a los excelentísimos magistrados y a las excelentísimas magistradas?

Montilla se ha echado al monte, para empezar, poniéndose el mundo por barretina. Desde la Generalidad de Cataluña organizan una manifestación en contra de la sentencia, del mismo tribunal y hasta de la Constitución. Luego, en el Debate del estado de la Nación, el mismísimo Zapatero propone remendar la sentencia, esto es, puentear al Constitucional, esto es, un fraude de ley. Mientras tanto, los nacionalistas se disponen a afirmar en el parlamento regional que son una nación, ea, ea y ea.

Para entender lo que tamaño desbarajuste implica, no ya de desprestigio, sino de desmoronamiento del Estado de Derecho, no hace falta ser jurista. Basta el sentido común. Esto, además, tendrá consecuencias económicas, porque la imagen que se transmite al exterior de nuestra seguridad jurídica (uno de los factores clave para atraer inversiones) resulta más bien penosa. El principio de jerarquía normativa a muchos les debe de sonar a no sé qué de la Falange, pero es una piedra angular del orden constitucional democrático.

Con todo, lo que no se me va de la cabeza es el ridículo de los magistrados del Tribunal. Qué papelón. Claro que ellos mismos y sus antecesores se lo han buscado. Las sentencias acomodaticias, de perfil y a la sombra del poder político, que es el que los nombra, vienen siendo la marca de la casa. El tema del aborto, ya en 1985, fue especialmente sangrante. Ahora, por un voto, se han negado a suspender la aplicación de la nueva ley, sobre cuya constitucionalidad tienen que dictar sentencia. Que el aborto afecta de forma irreversible a un derecho tan fundamental como el de la vida lo entiende hasta el más lerdo. Quizá lo que también está fuera de toda duda es que al final los excelentísimos acabarán encontrando, forzando lo que sea menester el art. 5 de la Constitución, un acomodo para la nueva ley. Así las cosas, no me extraña que no tengan autoridad moral y que a ellos, tan importantes, los tomen, en consecuencia, como el pito del sereno, y que me perdonen los serenos, si quedan.

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