DESDE que en las pescaderías españolas es obligatorio etiquetar cada producto que se ponga a la venta, el consumidor es más libre de elegir la pescadilla que quiere llevarse a la mesa. No muy libre, la verdad, porque son muchos, a veces demasiados, los pescaderos que continúan obviando la norma, mientras la administración hace la vista gorda, y siguen colocando esos carteles que anuncian en ocasiones una gran mentira: "De la Bahía". O ese gran eufemismo: "Pez de espada refrigerado". Pero gracias a quienes colocan las etiquetas sabemos que se venden cañaíllas italianas, filetes de perca, que no mero, del africano lago Victoria, o pijotas del mismísimo Canadá. Y todo fresco. Incluso a veces con precios más bajos que los productos de la zona. "¿Quiere pijotas del Golfo o de Canadá?" , le preguntaba un pescadero a un cliente el otro día. "Me da igual -contestó-. No voy a hablar con ellas".
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