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La tribuna

Francisco J. Ferraro

Los peligros del proteccionismo

LaS políticas proteccionistas tienen un amplio apoyo popular, especialmente en tiempos de crisis. El razonamiento según el cual si se sustituyen importaciones por producción local o empleo inmigrante por nativo se genera más actividad económica y se combate el paro es fácilmente asimilable. Sobre estas bases se han sustentado las diversas olas de proteccionismo que han asolado la economía mundial.

Los rebrotes proteccionistas surgen en las crisis (la responsabilidad de ésta se externaliza, y siempre existen agravios singulares que las justifican), con mayor propensión en gobiernos populistas y/o débiles, más fácilmente influenciables por sectores empresariales o trabajadores en defensa del empleo. Así, la crisis del 29 desató una espiral proteccionista que redujo el comercio mundial de forma drástica, y con ello se alentó la reticencia a lo extranjero, base sobre la que se apoyó el nacionalismo y la xenofobia que encontrarían su eclosión en la II Guerra Mundial.

Tras esta guerra, el mundo comprendió la imperiosa necesidad de liberalizar el comercio para impulsar el crecimiento económico, instituyendo en 1947 el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) que, en sucesivas y complejas rondas, logró reducir de forma notable las barreras proteccionistas. Si bien desde entonces la liberalización comercial ha sido asimétrica (beneficiando en mayor medida a los países desarrollados exportadores de manufacturas y servicios cualificados), ha propiciado una era de crecimiento económico y bienestar sin precedentes históricos. Sin ser el único factor determinante del progreso de las naciones, la liberalización del comercio mejora el excedente del consumidor (los ciudadanos pueden acceder a más y mejores bienes y servicios con precios más reducidos), abarata los costes de producción (con insumos más eficientes para las empresas), y la mayor competencia estimula la innovación y la productividad, especializándose los territorios en aquellas producciones para las que disponen de ventajas competitivas.

La historia reciente de España es paradigmática en este sentido: ha sido tras los impulsos liberalizadores (Plan de Estabilización de 1959 y nuevo arancel de 1960, acuerdo preferencial con la Comunidad Económica Europea de 1970, incorporación a la Unión Europea en 1986, y medidas liberalizadoras y de integración monetaria en la segunda mitad de la pasada década) cuando la economía española ha experimentado las fases de crecimiento más intensa.

Desde que existe percepción de que la crisis financiera se trasladaría a la economía real con peligro de recesión mundial, los economistas vienen advirtiendo de los riesgos de rebrotes proteccionistas (es curioso que los más reconocidos economistas de todos los tiempos hayan coincidido en las ventajas del librecambio, mientras que el proteccionismo ha estado sustentado por una escasa y débil elaboración teórica), y los responsables políticos de los países más relevantes del mundo, en la reunión del G-20 (ampliado) celebrada en Washington el pasado 15 de noviembre para coordinar medidas de urgencia para hacer frente a los peligros de crash financiero y recesión mundial, acordaron incluir en la declaración final "la importancia vital de rechazar el proteccionismo y de no volver atrás en tiempos de incertidumbre financiera".

Pero las buenas intenciones allí manifestadas se han enfrentado en cada país con específicos problemas nacionales que han derivado en iniciativas proteccionistas de mayor o menor calado y simbolismo. Pocos países han escapado a estas iniciativas: Rusia ha elevado los aranceles a la importación de coches, China ha reducido los impuestos a la exportación de juguetes, EEUU financian a las plantas automovilísticas de su país y el plan Obama pretende impedir el uso de acero importado en su plan de infraestructuras, Francia también ayuda a las empresas nacionales mientras que no deriven trabajo al exterior, en el Reino Unido se esgrime el "british jobs for british work" de Gordon Brown contra los trabajadores italianos y portugueses,… También en España, el ministro Miguel Sebastián, sorprendentemente (es una académico con reconocida trayectoria en el análisis económico aplicado), ha caído en los guiños proteccionistas al invitar a consumir productos españoles para preservar los empleos nacionales. Miméticamente, algunos políticos autonómicos han apuntado de forma más o menos explícita la oportunidad por la preferencia de la producción de sus comunidades respectivas. A este paso no es de extrañar que la espiral derive en la propuesta de consumir productos de la provincia o de cada municipio… ¿hasta que volvamos a la Edad Media?

La grave crisis en la que nos encontramos envueltos tiene una salida larga y compleja, pero mal haríamos buscando atajos por caminos en los que la experiencia histórica nos ha demostrado que conducen al empobrecimiento económico a medio plazo y a peligros aún más graves de nacionalismo y xenofobia.

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