La Asamblea Nacional Andaluza, un grupúsculo muy minoritario que encabeza el escritor malagueño Pedro Altamirano, tiene la intención de declarar la independencia de Andalucía el próximo 4 de diciembre. Animada por la insurrección catalana, cree llegado el momento de fundar los denominados Países Andaluces, una nueva república federal que estará integrada, además de por nuestras actuales ocho provincias, por Murcia, el Algarve portugués y el Rif marroquí. Sus idiomas oficiales serán el andaluz, el portugués y el murciano.

No faltan en su zurrón legitimador los reglamentarios agravios: nuestro patrimonio natural y cultural se encuentra -razona el catedrático Isidoro Moreno- más esquilmado, mercantilizado y amenazado que nunca; seguimos encabezando los índices de desempleo, pobreza y emigración; España nos olvida y nos aplasta. Tampoco se priva de su propio relato mítico: fuimos, afirma, la primera realidad política que se reconoce en Europa: hace 3.500 años, la cultura tartésica constituyó una auténtica nación y el primero de los reinos europeos; los Reyes Católicos, amos de la pérfida Castilla, no expulsaron a musulmanes y judíos, sino a los andaluces.

Como ven, los mimbres sobre los que fabula la ANA tienen, como poco, la misma consistencia que los que utilizan los cesteros catalanistas. Y sin embargo cabe preguntarse por qué, con tópicos similares, aquí los patriotas caben en un autobús y allí se cuentan por millones. La respuesta me la ofrece el periodista Javier Caraballo: la clave del independentismo en España tiene más que ver con la fabricación de independentistas durante la democracia que con una reivindicación histórica mayoritaria en los territorios implicados. "El independentismo -nos dice- se siembra, se cultiva, se fomenta. No nace, se hace".

Tal observación nos coloca frente a la raíz del problema: durante décadas, en ciertas zonas de España, hemos permitido el uso torticero de la educación como herramienta de adoctrinamiento. De aquellos polvos, estos lodos. Si en verdad queremos recuperar un país vivible, tendremos que garantizar una enseñanza plural, objetiva, crítica, forjadora de ciudadanos capaces de pensar por ellos mismos.

Estoy con Anne Hidalgo: "La educación es la primera etapa de la libertad". Y mientras no desmontemos tantos y tan eficaces púlpitos de la mentira y del odio, no habrá artículo ni medida que nos reintegre a la sanísima normalidad de la cordura.

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