El hombre moderno tiene que sincerarse públicamente, confesarse aunque sea por uasá, al igual que antes se confesaba uno con el cura en el confesionario de palabra, obra u omisión. Confiésalo, ¿Cuántas veces no te has comío una naranja de postre por no pelarla? ¿No desayunarías zumo natural si no hubiera que exprimirlo y luego limpiar la licuadora? ¿Te son incómodas las aceitunas con hueso?

¿No te has preguntado muchas veces si no sería mejor que los caracoles fueran como las almejas que se abren ellas mismas la concha en una especie de harakiri en salsa de Tío Pepe?

Si tú eres como yo, flojo de espíritu, debes de formar parte del movimiento "Cascarini", un grupo de personas que estamos en contra de que los alimentos vengan con cáscara. Si existen los veganos, que son personas que renuncian al jamón (unos valientes, sin duda alguna) y ahora empiezan a surgir movimientos que abanderan la comida sana u otro que defiende ser sano de lunes a viernes para ponerse de menudo hasta arriba los fines de semana, un grupo de gente poco dada al esfuerzo queremos defender que los alimentos vengan sin cáscara o, en su defecto con cremallera. ¿Por qué los científicos no manipulan los genes de las peras de agua o las Conferencia para que su piel se autodestruya cuando tú le tocas el rabito.

Muchas veces en las encuestas te preguntan "¿Qué le pedirías a tu pareja y nunca te has atrevido a decírselo?". Yo siempre pienso: pues yo le pediría que me sacara los bichos de los tazones de caracoles del Nebraska. Lo confieso, yo como pocos caracoles, digo que no me gustan porque hay que hacer mucho esfuerzo para comer tan poco. Los caracoles no son rentables desde el punto de vista del esfuerzo humano. Hay que usar una aguja para sacar el bicho, con el riesgo de pincharte el deo, darles un chupetón, quemarse con el caldo, limpiarse los hilillos de aguachirri que se te caen por los codos, recoger el montón de servilletas que has gastao pa no mancharte, la tensión de estar atento a no comerte una bolita de pimienta… y todo pa comerte 50 mijitas negras, con un tamaño menor que un fideo gordo. Al final, además, tienes que pedir una ensaladilla para no quedarte con hambre… pues me pido la ensaladilla directamente y no tengo que estresarme.

No comprendo como estos estudiosos de las pamplinas no han sacado todavía la "cascariosis" el síndrome que tiene la gente ante las cáscaras de los caracoles, que nos estresamos nada más ver un tazón y que entramos en shock si vemos una cacerola de esas gigantes hasta arriba de gasterópodos. Si te sientes como yo, únete al movimiento Cascarini… Una cosa sí te confieso, oye, lo que me pasa con los caracoles, con los langostinos de Sanlúcar no me ocurre… Qué curioso ¿verdad?

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