RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

Las mil vidas de Bardem

Las mil vidas abiertas de Bardem son también sus mil caras de niebla, de rabia o de desgaste, de profundidad y de furia. Tenemos un actor camaleónico muy en la línea sutil que dio Robert De Niro antes de volverse una visión colmada de sí mismo. Tenemos igualmente un ciudadano que vive como quiere, que dice lo que quiere y que se enfada también por lo que quiere. Tenemos, en suma, a un hombre que no es esclavo de su personaje, lo cual le da volumen, aristas, un carácter. Todo lo que nos gusta de Bardem es lo que le hace diferente: esa antipatía natural, esa suerte extraña de bondad bajo la superficie de sus ojos, esa tranquilidad de chimenea, de vino en una tasca, de codillo en el horno, de amigo de toda la vida en el equipo de rugby, ese aire tranquilo, amodorrado y atlético a la vez, relajado al final, muy de chulo de barrio jubilado.

Bardem, hoy, tiene un aire de chulo de barrio jubilado. Posa con naturalidad y nos parece el hombre que siempre ha estado ahí. Llega a Hollywood con la misma naturalidad con la que se come unas croquetas o se las lleva hasta allí, en una bolsa antitérmica, para freírlas él mismo en la sartén. No intenta quedar bien ni sabe quedar bien. Parece lo contrario del tipo obsesionado por el éxito, y precisamente por eso se valora su éxito. Ha llegado a la cumbre siendo todavía un hombre joven, pero ya cercano a los cuarenta años, y seguramente por eso sabe que la cumbre es otra cosa. Quiere ganar el Oscar, como todos, como también queremos todos que lo gane, pero no creo que le obsesione, ni que ese premio justifique su vida. Hay gente para la que algo como un Oscar puede justificar toda una vida, pero no es el caso de la gente que luego tiene vida que contar. Bardem va a tener vida que contar, la está haciendo ahora mismo, la está hilando ahora mismo, la cincela con esas manos brutas que sostienen las gafas de sol como si nada, en medio de una nube de fotógrafos, sonriendo por fin afablemente.

Bardem es un hombre que sonríe afablemente, pero no sonrió mucho en las manifestaciones contra la invasión de Iraq. A Bardem, de quien nos gusta que sea tal cual es y no un siervo mediático, esa campechanía, ese salvajismo primigenio, no se le perdona, sin embargo, que ejerza sus derechos democráticos. Se ha denigrado a Bardem, al gran actor que es Bardem, pero especialmente al ciudadano que es, también y sobre todo, Javier Bardem. Va a ser interesante comprobar cómo desde los medios que han acribillado la imagen de Bardem por expresar su opinión contra la guerra, vaciándose enteros contra él, encajan ahora el Oscar si sucede.

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