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La memoria agradecida

Aunque no gaditano de nacimiento, merece sobradamente entrar en ese recuerdo de gentes de Cádiz

El sábado pasado Quique García Maiquéz contaba en estas mismas páginas que había recibido como regalo la mesa profesional, que fue del Dr. José Villar Viñas, abuelo de su esposa Leonor, al que no conoció. Solo tiene noticias de él por los recuerdos familiares, pero como yo sí lo conocí y mi memoria le está muy agradecida, quiero contar algo de él, porque fue un gran profesional de la Medicina y aunque no gaditano de nacimiento, merece sobradamente entrar en ese recuerdo de "gentes y habitantes de Cádiz", la publicación que un grupo de gaditanos (Curro, Diego y José María) deberían reanudar.

Pepe Villar, como le llamaban los de su confianza, iba siempre impecablemente vestido de blanco. Por supuesto con chaqueta y corbata, de un tejido que no sé si de broma o con verdad, llamaban entonces "aleta de tiburón". Aunque estaba el día de toda la farmacopea moderna, porque no en balde trabajaba mucho con los americanos de la Base de Rota, con lo que más curaba era con su presencia afable y su paciencia infinita, escuchando, con mucha atención, el repertorio de dolencias de sus pacientes. Visitaba a mi abuela cuando esta venía a Cádiz en verano, en su casa de la calle Sacramenro, y a medias por estar donde le gustaba y por la atención cariñosa del Doctor, decía sentirse mucho mejor que en Madrid, donde tenía su domicilio habitual. Tenía su consulta en el edificio de la Avda. Ramón de Carranza, que en Cádiz llamamos de la Transmediterránea y recuerdo su despacho, cuyo ventanal se asomaba al muelle. No me acuerdo sin embargo de la mesa que hoy disfruta mi amigo Quique. Pero cuando escriba en ella, lo hará aún mejor que ahora, si esto cabe. El Dr. Villar era un decidido partidario de la asepsia, que no estaba tan de moda en Cádiz en los años 50. Me acuerdo, haber visto en alguna ocasión en el Club Náutico, entonces instalado en el muelle, un cochecito de bebe, donde estaba dormida su hija, (Leonor o su hermana) cubierta la cuna por un plástico, que entonces se empezaba a usar.

La mujer del Dr. Villar, Leonor, era uno de los diez hijos del matrimonio de don Miguel Gómez Aramburu, al que no conocí y de Leonor (Monina) Ruiz a la que sí conocí. Vivían en la Alameda de Apodaca, en la única casa, junto con la de los Macpherson, que se conserva en ese tramo de la Alameda. Esta familia Gómez, como la de los Macpherson y los Sanchez Vega, que casi todos cumplen los 90 años, demuestran con su longevidad lo sano que es clima de Cádiz.

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