La firma invitada

Jaime Rocha

La mala memoria

LA velocidad con que se suceden los acontecimientos, la facilidad con la que una noticia da la vuelta al mundo en cuestión de segundos, la sobreabundancia de medios de comunicación, en una palabra, el desarrollo vertiginoso de la vida del ser humano, junto con innegables ventajas, nos ha traído algunos inconvenientes y, desde mi punto de vista, de suma gravedad: nos olvidamos fácilmente de hechos importantes y a todo damos un valor relativo. "No hay nada más antiguo que el periódico de ayer", se dice para expresarlo.

En términos relativos, la propia duración de nuestro paso por este mundo es efímera, un suspiro, si lo comparamos con la historia de la humanidad, una insignificancia encubierta por la vida de otros seis mil millones de seres humanos que habitamos el planeta, y no digamos nada ante la magnitud de los otros muchos miles de millones que nos antecedieron y los que, probablemente, nos sucederán.

Pues a pesar de todo, la vida de un solo ser humano es única, irrepetible, sagrada, digna del mayor de los respetos, es un bien supremo que hay que defender de quienes la desprecian, la humillan o la quitan. Cualquiera de nosotros está dispuesto a defender la suya propia y la de sus seres más queridos con uñas y dientes, cualquier sacrificio es poco si de esto se trata.

Esa dimensión relativa que es el tiempo, se eterniza para quien sufre, segundos de angustia se convierten en eternos cuando una catástrofe natural siega las vidas de miles de seres humanos, o un atentado terrorista sorprende y acaba con la vida de seres inocentes que tenían un proyecto de vida y cuya única culpa ha sido estar en el sitio inadecuado en ese momento.

A quienes han tenido la desgracia de perder a un ser querido en una de esas circunstancias o en cualquier otra, como los miles de accidentes de tráfico que se producen, no hace falta refrescarles la memoria; más bien al contrario, nuestro afán debe ser el conseguir que ese acontecimiento no les impida seguir desarrollando su vida con la mayor normalidad posible, entre otras razones por mor de otros seres queridos que también los necesitan.

Pero, salvo los directamente afectados o los que lo vivieron de alguna forma especial, ¿quién recuerda Hipercor, el 11-M, el Hotel Corona de Aragón, las casas cuartel de la Guardia Civil, las Torres Gemelas, y tantos otros…? Sí, recordar, cuando se nos pregunta, lo recordamos todos, pero no me refiero a eso, me refiero a que cuando la desgracia ha pasado, cuando se ha superado, cuando el día a día de cada uno transcurre sin más sobresaltos que los habituales, por preocupantes que puedan ser, esos tristes episodios ocupan solo un pequeño rincón de nuestra memoria.

Sin embargo, hay algo que no deberíamos olvidar: la amenaza de que atentados de ese calibre, o incluso peores, vuelvan a repetirse, es real, esta ahí esperando su oportunidad.

Tenemos muy mala memoria y, cuando las circunstancias nos permiten periodos de calma, bajamos la guardia, no nos preocupamos, no queremos pensar en eso y si alguien nos lo recuerda, como yo hoy, le llamamos catastrofista, y mil cosas más.

Sin embargo, y por ellos escribo este artículo, hay miles de personas, hombres y mujeres, compatriotas nuestros, cuyo trabajo consiste en prevenir, hasta donde les es posible, que algo de esto nos vuelva a suceder. No tenemos ni idea y nos asombraría conocer hasta qué punto les debemos seguir con nuestras vidas.

Existen profesiones vocacionales y otras circunstanciales, pero estoy seguro de que esas personas que optan por arriesgar sus vidas para preservar las de sus conciudadanos están motivadas por una fuerte vocación, no hay dinero que pague tanto sacrificio.

Olvidar o ignorar que la amenaza existe es menospreciar su trabajo y su entrega. Por eso me indigna oír o leer a quienes se ponen de perfil y no tienen en consideración las advertencias de quienes tienen conocimiento y motivos para hacerlas.

Policías, servicios de inteligencia, militares y otros colectivos de todo el mundo hacen ese trabajo poco agradecido, oculto a la opinión pública -como debe ser-, sacrificado, constante, profesional y arriesgado para defender nuestras vidas y, aunque resulte más cómodo ignorarlo, es de justicia, y más en estas fechas, recordarlos agradecidamente.

Es bueno recibir con los brazos abiertos a personas de otras latitudes que necesitan incorporarse a nuestra sociedad, es un acto que nos engrandece como seres humanos y es una forma de corresponder a la acogida que muchos españoles tuvieron en otra época. También debemos respetar sus creencias y cultura, siempre que no contravengan nuestras leyes. Pero bien sabemos que al amparo de esa solidaridad y, a veces, de la indolencia general, quienes, llevados de su fanatismo quieren atentar contra nuestras vidas, lo tienen mucho mas fácil.

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