Si algo hay claro en esta sufrida Segunda División es que quien se olvida de que el objetivo fundamental es alcanzar los 50 puntos, tiene todas las papeletas para pegarse un batacazo de escándalo. No hay que viajar mucho para darle veracidad a esta aseveración. Cuando el Cádiz regresó a la categoría, de la mano de Jose González, ése fue el objetivo. Y al año siguiente, con Espárrago, un par de retoques y un presupuesto más bajo que muchos aspirantes al ascenso, se volvió a Primera. Y como campeón.

Pero dos temporadas después, con Oli en el banquillo, se fijó como obligado el ascenso desde la primera jornada. Hubo cambio de comandante y Jose González, otra vez, llegó con el mismo mensaje: primero la cincuentena, después ya se verá. El equipo se recompuso, tuvo opciones y acabó en una meritoria quinta posición. Y este año, para demostrar que el Cádiz sabe tropezar dos veces en la misma piedra, otra vez se habló de la Primera como si el resto de equipos estuviera dispuesto a hacerle el pasillo de campeón desde el arranque de la Liga. A ello contribuyó, sin duda, la llegada de Baldasano I, el Breve, y su ilusionante bluff.

Y cuando de nuevo se torció el camino marcado, llegó Antonio Calderón para tratar de enderezar el rumbo. Quizás faltó entonces, de todas las partes implicadas, un recordatorio, aunque fuera breve, de que los 50 puntos siguen siendo indispensables en una categoría en la que la madurez sólo se alcanza a partir de esa cifra.

Ahora se sigue hablando de ascenso. Ojalá se pueda, aunque se antoja complicado. Porque no se trata de los puntos de ventaja que saca el tercer clasificado: se trata, también, de la cantidad de equipos que hay por medio, de que dos conjuntos se han distanciado demasiado y puede que sólo quede una plaza y, sobre todo, que el margen de error de los amarillos es mínimo, ya que se tienen 30 puntos y quedan 54 por jugar. Si para subir hacen falta más de 70, apenas se pueden perder 10 ó 15 puntos.