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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Aquí se juega

ENTRE escándalo e hipocresía, hago una asociación automática (aunque admite prueba en contra). Es ver a alguien rasgándose las vestiduras y entrarme la risa floja. El escándalo de moda lo provoca la noticia de que Estados Unidos ha espiado a los presidentes de la República Francesa. Están en Francia como el capitán Renault de Casablanca, su compatriota de ficción. Toda la vida beneficiándose de la mordida, pero cuando hizo su redada en el Rick's Café, oh, qué sorpresa, ¡aquí se juega!

Qué escándalo: aquí se espía. Hay un enfado protocolario, una protesta funcionarial, una indignación reglamentada. Se trata, reconozcámoslo, de un acto más de soberanía. Pero también es posible que el orgullo francés se haya sentido esta vez sinceramente humillado por un espionaje que alcanza a los tres últimos presidentes de la República y a sus conversaciones privadas. ¡Con lo privadas que resultan, por cierto, las conversaciones de los presidentes franceses!

Se dice que fue Madame de Staël, una autora de la dulce Francia, precisamente, la que suspiró: "Tout comprendre, c'est tout pardonner". No estoy seguro de estar de acuerdo con la cita; pero ayuda a perdonar, desde luego, comprender que, aunque Francia sea aliada de Estados Unidos, no ha sido una aliada tan fiel (recuérdese Irak, por ejemplo, donde lideró la oposición a la tesis norteamericana) como para fiarse a ciegas. El argumento de que a los aliados no se les espía es naif. Desde el refranero ("De los amigos me guarde Dios,/ que de los enemigos me guardo yo") a Diego de Saavedra Fajardo, hay plena unanimidad en que una ligera desconfianza es norma de prudencia elemental entre socios.

Otro argumento infantil arguye que los norteamericanos no tratan, en realidad, más que de defender el dólar. La economía es uno de los sostenes fundamentales de la política militar de cualquier país, de modo que marcar muy nítidas diferencias entre las finanzas y las defensas es dibujar rayas en el agua.

El espionaje a los aliados y la protección de los intereses económicos se justifican por una verdad universal que nunca se tiene suficientemente clara. Las debilidades peligrosas son las interiores. Nadie es derrotado desde fuera. Que Estados Unidos considere prioritaria la solidez de sus acuerdos y la firmeza de su moneda no debería extrañarnos lo más mínimo. Tras lo cual, podemos escandalizarnos y protestar muy airadamente. ¡Faltaría más!

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