Por la islamoterapia

Para prevenir y evitar la islamofobia no queda más remedio que no cerrar los ojos a la realidad

Tras un atentado, las consuetudinarias llamadas contra la islamofobia implican un voluntarismo que echa para atrás. Identificarlas con la tolerancia recuerda a otros casos contra los que advertía C. S. Lewis: a los que piensan que la modestia es una chica guapísima obligada a verse muy fea o que la humildad es una (o la misma) inteligentísima que tiene que pensar que es boba. Pueden intentarlo, pero con un retorcimiento que terminará dando en la hipocresía o en la angustia. La modestia es asumir que se es hermosa sin restregárselo por la cara a nadie y la humildad es reconocer los talentos, asumiendo que no son mérito, sino regalo y deuda. Del mismo modo, caer en la cuenta de que el terrorismo que azota Europa es islamista no es islamofobia, sino puro realismo.

Tampoco es de gran ayuda el argumento de que la mayoría de las víctimas del terrorismo islámico son musulmanes en sus países, por muy verdad que sea. No demuestra más que los islamistas matan a sus vecinos, sin importarles quiénes sean. La deducción inmediata que se extrae del argumento es que no conviene nada tener alrededor musulmanes que puedan radicalizarse en un momento dado.

¿Quiere esto decir que me parece bien la islamofobia? En absoluto. Sólo que para evitarla lo mejor es no cerrar los ojos a los hechos. Y entonces el mejor tratamiento para erradicarla de verdad no son los tópicos al uso ni tantos discursos políticamente correctos, sino unas buenas dosis de islamoterapia. Que sean los propios países musulmanes y, más aún, las mismas comunidades islámicas integradas en Europa las que lideren el repudio y la repulsa de los atentados terroristas y de las ideologías o interpretaciones coránicas que les dan cabida. Cuando suceda de una forma evidente, inmediata, transversal y hasta estentórea (digamos que con el mismo volumen con el que se protesta de unas caricaturas de Mahoma) se acabará con cualquier atisbo de islamofobia.

Lo esencial del catolicismo no es la labor asistencial ni los colegios ni las ayudas al Tercer Mundo, pero la Iglesia hace bien en recordar todo eso a la sociedad. Hace mucho mejor en hacerlo, por supuesto, pero muy bien en recordarlo, porque la gente sin fe tiene que juzgar a la Iglesia por sus frutos. Los que no creemos en el Islam, igual: no tenemos más remedio que juzgar al Islam por sus frutos y por las actuaciones de sus fieles. Los musulmanes pueden ponérnoslo más fácil.

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