Esta vez la mamarrachada no procede del incontable elenco de artistas del disparate que, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, están ganando plaza en eso que, con caridad casi suicida, seguimos denominando la "clase política" española. Bobos hay, y bien que lo siento, en todas partes. Todos dispuestos a regalarle al mundo su genialidad, esa idea nueva y rompedora que, según sus entendederas, cambiará el rumbo de la Historia, y les consagrará, asegurándoles de paso el confort de la mamela, como ilustres padres y madres de la patria.

La criatura se llama Miriam Grub, es diputada del Partido Liberal (FDP) alemán y acaba de descubrir la maldad intrínseca de los famosos huevos Kinder Sorpresa, un arma letal, a su parecer, dada la imposibilidad -la raza evidentemente degenera- de que los niños de hoy puedan distinguir entre juguetes y productos alimenticios. Poco importa que los primeros consumidores de tan ingeniosa golosina sean ya cuarentones. Menos que, tras décadas de riesgo inminente, no se haya producido ni un solo caso -las empacheras no cuentan- en el que peligrara la salud de los críos. Nada, en fin, que Bruselas, al hilo de sus sesudos estudios sobre estos temas, tenga dictaminado que no hay problema con el huevo de marras "porque uno puede -tanta agudeza maravilla- abrir el juguete sin tener que comerse el chocolate".

La iniciativa, lejos de quedarse en la chorrada nuestra de cada día, ha estado a punto de debatirse en el mismísimo parlamento alemán. La indignación comprensible del contribuyente teutón y la carcajada general provocada por tan antiliberal propuesta de los liberales finalmente -Dios existe- lo han impedido.

Lo que tiene peor remedio es el cachondeo. De éste, dan fe los comentarios que, sobre el caso, circulan por internet. Desde quienes se toman a broma que los representantes populares malgasten su neurona -no me equivoco, así, en singular deprimente- y el dinero público en tan complejos asuntos de Estado hasta el gracioso que, plagiando el archiconocido chiste, no duda en elogiar la independencia de un parlamento como el germano capaz de discutir sin sonrojo "lo que le sale de los huevos".

No crean que comparto semejante guasa. Uno ya tiene oídas las suficientes memeces en esta tierra nuestra de los vainas como para sospechar que estamos ante un fenómeno generalizado, ante lo que Carlo María Cipolla -lean su opúsculo titulado Allegro ma non troppo- denominó la cuota constante de políticos estúpidos, embriagados de lo políticamente correcto, dispuestos a amargarnos la existencia a golpe de gansada insensata, estrafalaria y vacía. Un tiempo, me temo, absurdo, funesto e irremediable, en el que a nuestros gobernantes, por decirlo con una pizca de ironía, les faltan luces y les sobran miles, millones de bombillas.

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