El Gobierno va a prohibir especular con las licencias de Cabify. Y la Junta aumentará las inspecciones. Un episodio más de una guerra que no es culpa de Uber ni de Cabify; tampoco de Espadas o De la Torre, ni de los gobiernos regional o nacional. Ni siquiera es culpa de los taxistas, violentos o pacíficos, autóctonos o de fuera. La guerra nacional del taxi, que ha escogido como campo de batalla Andalucía en las ferias de Sevilla y Málaga, es culpa de Frits Bolkestein. Este político liberal holandés, cuando fue comisario europeo de Mercado Interior, planteó la directiva que lleva su nombre sobre liberalización de los servicios públicos en la UE. La propuso en 2004, al final de su mandato. Se aprobó en 2006 y entró en vigor en diciembre de 2009.

Ahí está el origen del asunto. Nuevos tiempos, nuevos procedimientos. Aunque la iniciativa fue polémica desde el principio; en 2006 hubo en Estrasburgo una manifestación con 40.000 personas en contra. Así que lo que vimos en la Feria de Málaga por parte de taxistas locales y comandos venidos de fuera tampoco es de extrañar. El balance de esta última batalla contra Cabify fue de varios conductores agredidos, una docena de coches dañados y, sobre todo, cientos de miles de ciudadanos sin servicio durante cuatro días. Ya hubo otra iniciativa bastante violenta durante la Feria de Abril en Sevilla.

Esta sobreactuación acaba poniendo el foco en el modelo de negocio de Cabify. Venta de licencias aparte, su servicio está bien considerado por los pasajeros. Tienen cinco tipos de vehículos: eléctrico, normal, ejecutivo, para grupos y equipados para llevar bebés. Funciona desde una aplicación que se descarga en el móvil y con la que se paga. El usuario se registra y cuando solicita un servicio a un destino preciso, le aparece la tarifa. No funciona por tiempo, sino por distancia. El cliente sabe la matrícula del coche, el nombre del conductor y puede seguir el recorrido en todo momento. La indumentaria y el confort están por encima de la media de sus competidores. Estas herramientas están al alcance de todos; habría que preguntarse por qué los taxistas no las utilizan.

Hay taxis estupendos, bien equipados, limpios, con conductores amables y atentos. Pero hay otros que, por el mismo precio, dejan mucho que desear en todos esos aspectos. Este sector tiene que empezar por autorregularse. Y no le benefician en nada los espectáculos agresivos. La violencia ejercida en Sevilla y Málaga durante sus ferias recuerda a la que un colectivo determinado ejerce sobre el resto de sus colegas en el aeropuerto de Sevilla: se han atribuido el monopolio de ese servicio y no hay manera de desmontar el cártel. Está muy bien defender lo local contra lo multinacional y lo tradicional sobre lo moderno. Pero de haberse aplicado ese mismo criterio a rajatabla hace un siglo, todavía utilizaríamos coches de caballos para desplazarnos por las ciudades.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios