de poco un todo

Enrique García-Máiquez /

El guardafantas

TODAVÍA quedan algunos afortunados de vacaciones. Y hay incluso quienes las comienzan ahora. Los observo, contentos a contramano, descargando ágiles las ligeras maletas de sus coches, mientras la inmensa mayoría mete los pesados fardos en sus maleteros y lamenta la dichosa justicia poética del tiempo, que, con humor negro, se ha puesto a llover a tono con la melancolía. El espectáculo me ha traído a la memoria a un viejo y muy querido amigo, con quien compartí piso de estudiantes. Para ponernos en situación, nos resultará útil una anécdota previa: una vez se despertó particularmente eufórico porque había soñado, contó relamiéndose, con un bar donde la cerveza costaba 15 pesetas y la tapa un duro. O sea, que no soñaba, como todo el mundo, con ser millonario, sino con gastar poco. La cosa venía de lejos, precisamente de donde yo quería ir a parar, pues otro día nos confesó que, en las fiestas de cumpleaños de cuando pequeños, él se guardaba con sumo cuidado su fanta un buen rato, esperando con premeditada paciencia a que todos se bebieran la que les correspondía. Entonces procedía a deleitarse con delectación con su vaso lleno ante los ojos muy abiertos de deseo del resto de la chiquillería. "¡Ah!", exclamaba moroso tras cada breve buche.

La anécdota me hacía mucha gracia, por lo que tenía de autorretrato psicológico, y porque no me imagino yo que los ojos de deseo de los demás fueran para tanto como él los recreaba: la mayoría estaría ya correteando por ahí, tan campante. Sin embargo, este año el aterrizaje en la realidad laboral ha sido tan abrupto que he tenido envidia de los que aún están en las nubes de sus vacaciones. Esta vez sí que han hecho muy bien en guardarse sus fantas hasta el final. ¡Ay, a quién le quedara un culito todavía de la suya!

En agosto estábamos muy distraídos con esas noticias tontas de todos los veranos, que si una lluvia torrencial por allá, que si una señora que se desvanece por aquí, con la excepción entre apocalíptica y especulativa de los sobresaltos bursátiles. Pero ha sido empezar septiembre y es como si el pistoletazo de salida del nuevo curso nos lo hubiesen pegado en la sien y con una repetidora: en general, aumenta el paro; en particular, buenos amigos se llevan sorpresas extremadamente desagradables nada más poner un pie en su oficina, cierran negocios cercanos, se clausuran actividades culturales, se hunde el vaporcito, y Merkel y Cospedal compiten por quién desenfunda más rápido la tijera… Tendremos que empezar a soñar también con gastar muy poco.

Estos soponcios habrá que ir digiriéndolos en la vida y en sucesivos artículos; pero en este primero mío de septiembre nada más que quería echar una miradilla de reojo a los que siguen apurando los vasos de sus vacaciones. Y, venciendo la envidia, aconsejarles: no apuraros, no, de verdad… Para apuros, los que os esperan. Quien los probó, lo sabe.

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