la esquina

José Aguilar

La gasolina: cohetes y plumas

HABLANDO de abusones, como ayer de ciertos banqueros, ¿qué me dicen de las compañías que copan el mercado de carburantes en España? Luchan con denuedo por arrebatar a aquéllos el lugar de (des)honor en el ranking del abuso y de la influencia, negativa, en las economías de la gente común.

La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) ha hecho público un informe que ratifica que los precios de los carburantes en España, antes de impuestos, se encuentran ya entre los más altos de la Unión Europea. Echamos de menos los tiempos en que atravesábamos Portugal por el camino más corto para no tener que repostar en el país vecino porque la gasolina era mucho más cara que aquí. Ahora la gasolina española de 95 es la tercera más costosa de la UE, y el gasóleo, el quinto.

En un año, entre febrero de 2011 y el mismo mes de 2012, los precios de la gasolina 95 aumentaron un 21%, y los del gasóleo de automoción un 16%, mucho más que el resto de los productos de alto consumo. Todo ello antes de impuestos, lo cual es chico consuelo, porque después viene el Estado, que tiene aquí una de sus mayores fuentes de ingresos, y termina de sangrar a los contribuyentes con unas tasas exageradas que al mismo tiempo empobrecen a todos y encarecen los costes del transporte de mercancías.

La CNC explica con claridad cuál es el origen de este mal de altura que sube el combustible hispano: se debe a un nivel insuficiente de competencia efectiva y a unos márgenes de ganancia elevados de las compañías distribuidoras. Lo primero no es nuevo. Competencia ya denunció en 2009 y 2011 las trabas que existían para que el mercado de carburantes funcione con una sana competencia, y el Banco de España la precedió en un informe de 2008. La verdad es que el pueblo siempre ha sospechado que este sector marcha decidido por la senda de las prácticas propias de un oligopolio.

Con respecto a las ganancias, la Comisión Nacional de la Competencia atribuye su enorme dimensión a la existencia de "asimetrías en la velocidad de ajuste de los precios minoristas nacionales a las variaciones en los precios internacionales de carburante". Menos mal que se apresura a traducir la frasecita para el común de los mortales: los precios que a uno le cobran en el surtidor recogen rápidamente las subidas del petróleo y muy despacio las bajadas. Funciona, pues, un sistema de cohetes y plumas. Los primeros salen disparados, las segundas tardan en caer. En cuanto se encarece el crudo, nos cuesta más echar gasolina, pero si el crudo baja tenemos que esperar un rato largo para que se abarate.

Y nadie parece decidido a poner coto a este abuso.

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