No lo entendía. Inhalaba el humo de las bengalas desde lejos, desde La Cierva, y estaba asustado. Iba de la mano de su madre para ver un partido de fútbol, su pasión, pero se encontraba con unos momentos previos que no tenían nada que ver con lo que él entiende por deporte. Policías a caballo, furgones, carreras, lugares conflictivos que tuvieron que rodear. Se estaba arrepintiendo de no haberse quedado en casa y verlo por la tele. A la vez, su hermano y la Tata tenían que refugiarse en un bar de La Laguna porque comenzaron a volar vasos. Esto ocurría ayer en los alrededores del Carranza con la visita del Sevilla. Será el peaje a pagar por codearse con equipos de Primera, porque en Segunda van los niños tranquilamente al estadio. Anoche, después de muchos años, vieron los pequeños la cara más fea del fútbol. Pasa el tiempo y hay cosas que se siguen permitiendo. Una pena.

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