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Rafael Sánchez / Saus

Yo también he firmado

ALGUNOS de los columnistas del Diario han saludado en estos días el lanzamiento del más importante manifiesto ciudadano de que guardo memoria, el Manifiesto por la Lengua Común. Se trata de un documento excepcional por la talla intelectual de sus primeros dieciocho promotores, muchos de ellos, por cierto, de acusado perfil progresista, y por la masiva respuesta alcanzada, especialmente en el mundo de la cultura, remiso siempre a comprometerse con este tipo de causas. Un documento que, además, ha tenido la virtud de abrir un verdadero debate sobre las condiciones del uso y la enseñanza del español en una buena parte del territorio nacional, en todo lugar donde el nacionalismo rampante impone políticas lingüísticas que, con el loable fin de promover el uso de las lenguas vernáculas, no dudan en acosar y marginar a los castellanohablantes.

Sin duda, el Manifiesto ha dado en el blanco, aunque personalidades de tanto peso en el mundo de las letras y del pensamiento y la cultura oficiales como Caballero Bonald, Suso de Toro, Joan Margarit, Calixto Bieito o Javier Sádaba hayan rechazado con marcada contundencia su oportunidad, declarándolo alarmista, estéril, absurdo e, inevitablemente, fascista. Algo que, por una parte, no deja de producir cierta tristeza y, por otra, muestra a las claras la dimensión de la grieta que el asunto ha abierto entre la intelectualidad progresista y, hay que suponer, entre sus fieles devotos. En el fondo, esta fuerte marejada sobre el uso del español en España, que en cualquier sitio sería ridícula pero aquí es trascendental, no es sino el traslado al ámbito de la cultura de lo que el nacimiento de UPD, el partido de Rosa Díez, ha supuesto en el campo político desde hace unos meses: la aparición de un saludable pluralismo en el terreno de la izquierda moderada y del progresismo, monopolizado hasta ahora por el PSOE, y la irrupción, por vez primera desde el comienzo de la Transición, de la cuestión nacional en el discurso de la izquierda.

¿Acaso está el español en peligro en algún rincón de España?, preguntan muy indignados los críticos al Manifiesto. Quizá no todavía, les responden los firmantes, pero es intolerable que sus hablantes sean sometidos a discriminaciones y castigos, y que se arrincone o impida su enseñanza en todos los niveles educativos. Una situación simplemente increíble para la lengua oficial común a todos. El PP, que nunca reunió valor para abordar el asunto, se ha sumado a la ola, pero el PSOE, que es un factor activo del acoso al castellano allí donde gobierna con los nacionalistas, puede enfrentarse a un grave problema si sigue mirando para otro lado y negando la realidad, como en lo económico. Al igual que en lo de la crisis, en esto también la percepción y la sensibilidad de la gente está cambiando muy rápidamente. Y ya era hora.

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