Se equivocaron quienes plantearon el partido como una guerra de banderas y una batalla entre unidad e independencia. Tanto tremolar para acabar en empate, y el partido sin resolver. Quizá haga falta una prórroga, pero esperemos que, por el bien de todos, esto no nos lo tengamos que jugar a los penaltis. No, quizá todo pase por concluir que no existe la solución perfecta al cuasi eterno problema de Cataluña, sino tal vez por apartar de una vez del debate a los que sólo son capaces de pensar en bajar los humos a los independentistas por un lado, o en deshacerse del supuesto yugo colonialista por el otro. Hay que dejar hablar a las pocas mentes que han mantenido la calma, para lograr que poco a poco se vaya deslizando en el escenario catalán el difícil brebaje del racionalismo democrático. Ya se ha visto: no valen los gritos ni los himnos. Háblese en voz bajita para que se pueda pensar.

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