Un populista de corte latinoamericano, sin ideología ni partido, se instaló ayer en la Casa Blanca. Estas cosas sólo pasaban de tradición en la América hispana, con partidos de difícil identificación ideológica, que más que líderes tenían al frente caudillos. De pronto, ocurrió en Italia con Berlusconi. Y más tarde, otros dos populistas, Farage y Le Pen ganaron las elecciones europeas de 2014 en el Reino Unido y Francia. Y ahora la epidemia ha vuelto a cruzar el charco. Donald Trump es el 45º presidente de los Estados Unidos de América. En su demagógico discurso de toma de posesión dijo representar a los perdedores de la globalización, como si fuese Evita Perón hablando de los descamisados. Bramó contra las élites del pequeño Washington del poder.

Genio y figura, en su primera intervención como presidente, no enmendó sus bravatas electorales. Sostuvo que el acto de ayer no era histórico por el cambio de mandatario o la alternancia de partidos en el poder, sino porque a partir de ahora habrá en Washington un Gobierno controlado por el pueblo. (Es surrealista, en realidad su Gabinete está formado por plutócratas muy adinerados). Dijo que se ha robado a la clase media americana para distribuir su riqueza por el mundo, y que eso lo enmendará con su política proteccionista. Hizo un retrato apocalíptico de EE UU. Fábricas cerradas, un sistema educativo que ha abandonado a los jóvenes, un país dominado por el crimen, las bandas y las drogas...

Añadió que se ha financiado a ejércitos extranjeros para defender otras fronteras descuidando la propia. Curiosamente fue Reagan quien en 1983 desplegó en Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica e Italia los misiles Cruise y Pershing de alcance medio para contrarrestar los SS-20 soviéticos. Y lo hizo en el interés de Estados Unidos.

Europa ha sido un protectorado militar americano desde la II Guerra Mundial y ahora, que el nuevo emperador considera obsoleta a la OTAN, tiene la oportunidad de emanciparse. Lo mismo puede ocurrir con los países de Europa central y oriental (Pecos) respecto a la Unión Europea. La tentación euroescéptica de polacos, húngaros y compañía, puede curarse de golpe si el nuevo presidente americano establece una relación especial con Rusia, enemigo mortal de los Pecos. Y el paraguas de Bruselas puede volverse muy atractivo. A lo mejor, Trump provoca indirectamente una reacción revitalizadora de la cohesión europea. La esperanza es lo último que se pierde.

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