La tribuna

Alfonso Ramírez De Arellano Espadero

El drama del elector andaluz

EL Instituto Opina ofrece unos datos desmoralizadores sobre la intención de votos de los andaluces en las próximas elecciones al Parlamento andaluz. Los datos a los que nos referimos no son los de la más que probable victoria de PSOE, rondando la mayoría absoluta; la subida, importante aunque insuficiente, del PP; la estabilización ¿estancamiento? de IU-LV-CA; ni la drástica pérdida de escaños de CA. No, todo eso se veía venir, lo deprimente es saber que la mayoría de los andaluces, casi un 59%, desearían que se produjese un cambio en el partido de gobierno de la Junta de Andalucía, pero no cree que se vaya a producir. ¿Qué quiere decir esto? Que los andaluces desean un cambio, probablemente una alternancia en el Gobierno autónomo, pero cuando miran a su alrededor en busca de alternativas no les satisfacen las que encuentran. Si se confirma esa proyección electoral sería muy triste, ya que la mayoría iría a votar teniendo que escoger entre alternativas insatisfactorias; vaya, casi con la nariz tapada.

Desde luego cabe preguntarse cómo hemos llegado a esta situación que nos condena al desánimo antes incluso de votar. ¿Cómo puede alguien ilusionarse ante semejante panorama? Qué envidia nos da la situación de otras comunidades donde el voto se disputa con entusiasmo entre alternativas de izquierda, nacionalistas o de derecha, aunque den como resultado difíciles gobiernos de coalición. Aquí no. Aquí hay resignación y desmovilización colectiva. Y es colectiva porque si bien el partido de gobierno tiene parte de la responsabilidad en la falta de interés de los ciudadanos por las elecciones, no puede culpársele de que las alternativas sean tan poco atractivas. Que cada palo aguante su vela.

La que le toca aguantar al partido mayoritario tiene que ver con la desidia, la falta de ilusión y de credibilidad que se ha instalado en el electorado andaluz después de tantos años de gobierno. También con la sospecha más o menos generalizada de clientelismo y nepotismo, aunque sea dentro de los amplios márgenes de la legalidad vigente. Algo lamentable, ya que el enchufismo era una de las cosas más abiertamente criticadas en el antiguo régimen por el común de la población. Claro que, en verdad, ¿qué pueden hacer? No van a renunciar al poder saliendo elegidos una y otra vez. Sólo se nos ocurre una respuesta: hay que intentar ganar pero sin olvidar el cómo y el para qué. Si reconocen algunos de estos problemas deberían intentar una reforma o renovación desde dentro. Al principio dio la impresión de que Zapatero la había puesto en marcha y pensaba llegar hasta Andalucía, pero la inesperada victoria electoral abortó la operación. Se ha renovado más el PSOE nacional que el andaluz y se ha modernizado más la administración central que la autonómica siendo ésta más joven.

Del PP andaluz qué decir. Ni ha sabido rentabilizar los errores y el desencanto producido por el gobierno, ni ha sabido hacerse acreedor de la herencia de la UCD que llegó a gozar de mayoría en Andalucía. Inexplicablemente el PP no parece jugar fuerte en nuestra tierra excepto a nivel local, donde sí consigue algunos buenos resultados. ¿Desidia, desinterés, incompetencia?

A Izquierda Unida -con su galimatías de siglas (IU-LV-CA)- y a la Coalición Andalucista -de los que nunca llegamos a saber exactamente quiénes son sus miembros y a quiénes representan- no se les oye porque los medios de comunicación pasan de ellos, pero lo peor es que cuando se les oye tampoco se les entiende. El reducto de los que siempre les votan -mayor y más estable en el caso de IU que en el del PA-, lo hacen por motivos fuertemente ideológicos, que en la jerga futbolística viene a ser como la adhesión incondicional a los colores del equipo independientemente del juego que practique ¡Viva el Betis manque pierda! Lo cierto es que las más de las veces no llegamos a saber qué proponen. Sospecho que parte de la culpa la tiene que hablen en clave interna (también le pasó al PSOE durante una temporada). Como son pocos pero mal avenidos, sus líderes parecen escuchar más el ruido de sus discusiones familiares que lo que pasa en la calle. Y, claro, se acaba notando.

Visto el panorama creo que tenemos derecho a pedir a nuestros representantes que hagan el esfuerzo de subir un poco el nivel (no el volumen), a recordarles que las formas importan. A pedirles que tornen a la idea original de los partidos como instrumentos de participación y no como fines en sí mismos, que se abran a los ciudadanos, que cuenten con las entidades sociales, con los profesionales, con los expertos sin exigirles que vistan la camiseta. En definitiva, que salgan de su autismo, que pregunten y escuchen, que se dejen asesorar y no ofrezcan sólo respuestas automáticas en forma de eslogan publicitario.

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