El barrio de la Viña tiene mala suerte. El tópico del tipismo ha caído sobre esa simpática zona de Cádiz y sus vecinos se ven obligados a soportar toda clase de atropellos.

Llega el verano y sus calles se convierten en cutres comedores donde reina la caballa mojonera, ese extraño pescado siempre quemado por fuera y crudo por dentro. El olor a fritanga con aceite requemado invade todos los rincones y los pobres viñeros tiene que soportar ruidos hasta altas horas de la madrugada.

Llega el Carnaval y las masas se encaminan hacia la Viña con el mismo fervor que los moros a la Meca. Nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste el encanto carnavalero de la Viña, pero gaditanos y forasteros se disputan sus esquinas con más ardor que Sergio Ramos el área del Real Madrid.

¿House Manteca?, ¿Chez Rebujina?, ¿Bistroc Felipe?, preguntan los extranjeros que llegan a Cádiz después de conocer el Carnaval por Internet. ¿Un water?, ¿dónde hay un water en la Viña?, preguntan todos cuando se han tomado tres litronas.

Menos mal que dentro de un mes el barrio presenciará gozoso el milagro de la salida de la Palma. Mientras tanto me voy a la Viña; pero a la de San Cristóbal, en Gibalbín, que es la que está más lejos de Cádiz.