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EN las próxima campaña electoral autonómica -quizás sea mejor decir en la presente campaña autonómica- volverá a haber debates cara a cara entre el candidato a presidente que quiere serlo por sexta vez consecutiva (Chaves) y el candidato a presidente que ha querido serlo ya, sin éxito, en otras dos ocasiones anteriores (Arenas). Si gana -las elecciones, no el debate- el primero, el segundo no se presentará más. Si es al revés, no me atrevo a asegurarlo. Con Chaves nunca se sabe.

Los dos contendientes están de acuerdo en celebrar el debate, o debates, ante las cámaras de televisión. El cara a cara a dos molesta siempre a los candidatos más minoritarios, que se consideran ninguneados y marginados por el bipartidismo, pero hay que reconocer que existe una razón objetiva: el próximo presidente de la Junta se llamará Manuel Chaves o Javier Arenas. Ni Diego Valderas (IU) ni Julián Álvarez (PA) tienen la más remota posibilidad de acceder al Palacio de San Telmo para aposentarse en él. Y siempre les quedará la oportunidad de participar en el debate a cuatro que ya puede considerarse una tradición. Valderas ha propuesto debates a dos entre todos los candidatos. Diego, ten misericordia de los espectadores.

El debate Chaves-Arenas va a ilustrar, de todos modos, hasta qué punto está justificada la exigencia, no atendida, de que las elecciones andaluzas se convoquen siempre por separado de las generales. Si queremos un debate específicamente andaluz, claro está, como corresponde a una autonomía que se toma en serio a sí misma más que a las conveniencias partidistas. A ver cuántos minutos tardan los dos candidatos en enzarzarse sobre el trato del Gobierno Aznar a Andalucía, el Estatut catalán y otros desencuentros de la política nacional.

Otro pronóstico nada difícil de derivar en acierto es que los prolegómenos del debate van a adquirir más importancia y significación política que el debate mismo. Es la hora de los asesores de campaña y gurús de imagen, que se embarcarán -y embarcarán a sus patronos- en una guerra sin cuartel sobre todos los pormenores del debate: en qué televisión se hará, con qué moderador, de qué color será el decorado del plató, cuáles serán los temas a discutir, en qué momento o momentos de la campaña se emitirá/n... Estuve en la organización del primer debate de este tipo en Canal Sur, en 1996, y puedo decirlo en confianza: para un periodista que pretenda ser independiente, es lo más parecido al infierno, sólo que en vez de estar sometido a los caprichos del diablo lo estás a las presiones de unos pobres diablos -desde el punto de vista intelectual- con ínfulas.

Y lo peor es que, encima, están convencidísimos de que según preparen ellos el debate así saldrán las elecciones. ¡Qué gente!

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