EL presidente del Cádiz ha repetido varias veces entre el lunes y el martes que hay que dejar tranquilos a los jugadores y aparcar hasta el final de campaña las críticas a la actitud que han mantenido, no todos, en esta nefasta temporada. Muñoz descarga de responsabilidad a los futbolistas y pide que si hay palos, que se los den a él mismo. Le entiendo por cuanto quiere evitar que a estos sufridos padres de familia y abnegados trabajadores les metan presión ante estos partidos cruciales para el futuro de la entidad. Cree el mandatario que hay que mimarles un poco más (aún), no vaya a ser que se enfaden, se bloqueen o vaya usted a saber qué otra excusa pondrán para seguir arrastrando el escudo donde no merece por su casi centenaria historia. De puertas afuera es el discurso que está obligado a exponer el dueño de la sociedad para que no se enturbie el final de Liga. De puertas para adentro se estará acordando de la mitad de la familia de más de la mitad de la plantilla. Lógico.

Pero como yo no soy el dueño de la SAD ni tengo amigos en el vestuario, y como resulta -mire usted qué cosas tiene la vida- que desde pequeño me enseñaron a amar el color amarillo, y además no tengo, ni por asomo, poder ninguno para influir en el ánimo de los jugadores ni en los aficionados que leen este artículo, aprovecho este espacio que me brindan mis compañeros de deportes para expresar mi indignación ante la ya cansina sobreprotección a los futbolistas bajo la cantinela de que son los protagonistas de este circo. Ya está bien de desviar la atención recordando a Baldasano y su cohorte o criticando los planteamientos de los tres anteriores entrenadores. O echando la culpa a la prensa. Los que nos han llevado a esta situación son los jugadores y son los que ahora van a tener que sacarnos de este atolladero. Porque sería penoso, y no precisamente extraño, que el poderoso caballero hiciera una de sus sucias jugarretas y salvara bajo cuerda lo que ellos son incapaces de salvar en el campo.