La tribuna

Marín Bello Crespo

La cuestión de Kosovo

LA plaza más espaciosa y emblemática de Mostar se llama, por voluntad de sus habitantes, plaza de España. En su centro, un sencillo monumento recuerda, con sus nombres, a los veintiún muertos -veinte militares y un intérprete local- que constituyen la contribución más dolorosa de nuestro país a la paz en esta ciudad y en el conjunto de Bosnia Herzegovina, la antigua república yugoslava que continúa su camino, no exento de dificultades y problemas, hacia la consolidación de sus instituciones, la superación del odio generado por las atrocidades de la guerra y la recuperación, por parte de sus ciudadanos, de la confianza en el futuro.

Pues bien, este futuro puede verse gravemente comprometido por una decisión que, al parecer, va a tomarse de forma unilateral con carácter inminente: la independencia de la todavía provincia serbia de Kosovo. Sobre las consecuencias de esa hipotética independencia las posturas son suficientemente conocidas, comenzando por la oposición absoluta -y natural- de Serbia, acompañada por Rusia en considerar inaceptable la segregación, la posición favorable de los Estados Unidos a la misma, y los esfuerzos más o menos denodados del resto por buscar un acuerdo entre las partes, acuerdo que a estas alturas parece prácticamente imposible.

En la Unión Europea, la mayoría de cuyos países ha contribuido, al igual que España, con tropas, cooperantes civiles y toda clase de ayudas a crear condiciones de estabilidad, primero, y a cimentar la prosperidad de esta parte de los Balcanes, después, las posturas de sus miembros distan de ser homogéneas y la impresión es que se desea preservar la unidad de criterio en relación con este asunto por encima de las reticencias de algunos. A pesar de las declaraciones que señalan que el desenlace de la cuestión de Kosovo no es exportable, y tampoco sus consecuencias, lo cierto es que los acuerdos plasmados en el Acta Final de Helsinki establecen muy claramente la inviolabilidad de fronteras y la integridad territorial de los Estados, y en este sentido el reconocimiento de la independencia de la provincia es percibido por serbios y rusos como una conculcación de la ley internacional.

Es evidente que la decisión unilateral de los albanokosovares, si se produce y es aceptada, va a tener consecuencias en Serbia, en las relaciones de Serbia y Rusia con los Estados Unidos, la Unión Europea y cualquier otro país que reconozca a Kosovo como Estado independiente, y muy especialmente, a mi juicio, en la vecina Bosnia Herzegovina, donde le estructura de su aún frágil Estado puede verse sacudida de forma importante e incluso decisiva por los acontecimientos en Kosovo. Y ello desde luego sería muy lamentable, porque llegar hasta la estable situación bosnia actual no ha costado poco.

En Bosnia Herzegovina conviven tres diferentes entidades culturales -croatas católicos, serbios ortodoxos y bosníacos musulmanes- integrados en dos entidades políticas -la república Serbia de Bosnia y la Federación Bosnio Croata- separadas por una frontera interior que no es otra que la línea de alto el fuego entre los contendientes y que fue bendecida en el Acuerdo que puso fin a la guerra. La preservación de un Estado unitario en estas condiciones ha sido posible, en gran medida, por el convencimiento por parte de las entidades de que la comunidad internacional no iba a aceptar otra cosa, y que su futuro y su ingreso en la Europa próspera estaban ligados a esta solución.

La independencia de Kosovo no puede sino abrir otra vez la caja donde se guarda, aparentemente bien atado, el futuro de la república bosnia, porque sería muy difícil, por ejemplo, disuadir a los serbobosnios de unirse a Serbia si lo desean; o a los bosnocroatas de marchar junto a sus vecinos croatas. Sentado el precedente, hablar de excepciones parece cuando menos poco serio.

La solución, al parecer irreversible, de la cuestión de Kosovo no es en absoluto un asunto exento de complicaciones futuras, se diga lo que se diga. Máxime teniendo en cuenta que la actual situación no se debe al triunfo de una organización albanokosovar de resistencia, sino a la intervención militar internacional, amparada en una resolución de la ONU -la 1244- que estableció inequívocamente el respeto a la soberanía e integridad territorial de la República Federal de Yugoslavia. Y debería ser, a mi juicio, únicamente la comunidad internacional, responsable y gestora del estatus actual, la que debería asumir ahora más que nunca , y con la misma firmeza con la que actuó en el conflicto si es necesario, sus deberes para preservar la paz y la estabilidad internacionales.

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