Hasta hace unos años la gente se moría por lo general de "una cosa mala". Esa era la expresión, el eufemismo, que usaban nuestros mayores en su afán de no llamar a las cosas por su nombre. Una enfermedad, en este caso. Aquella costumbre, casi manía, de usar el lenguaje para dulcificar la realidad es actualmente un recurso con el que también se trata de disfrazar lo que ocurre a nuestro alrededor. No estamos libres de circunloquios y palabras huecas, de expresiones amables que no dicen nada. Por eso, hay que seguir llamando racistas, y no supremacistas, a quienes en su ceguera no ven iguales a todas las razas que pueblan el planeta. Son racistas, amigos íntimos de la xenofobia, eslabones de una cadena de odio con la que intentan esclavizar a más de media humanidad izando la bandera de su intolerancia. El racismo es una cosa mala, una enfermedad social que hay que sanar.

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