Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

De corbatas

NADA más frívolo que considerar frívolos los asuntos del vestir. La importancia de la comunicación no verbal salta a la vista y el más explícito de sus idiomas es la ropa. En política hay ejemplos mayúsculos, como la chaqueta de pana de Felipe González, pero hasta la letra pequeña es esencial. La falta de acuerdo sobre el color de la corbata de cada contendiente ha estado a punto de frustrar más de un debate electoral televisado.

Ya habrán adivinado que vamos a hablar de la no corbata del primer ministro griego, Alexis Tsipras. Sin ponérsela, lanza un mensaje político que ha resultado -este artículo, entre tantos otros, lo demuestra- extraordinariamente estridente. Para alguien que pretende que se rompan las reglas de la deuda, no deja de ser una honesta tarjeta de visita y un manifiesto de intenciones romper las normas de etiqueta. De una manera que lo acerca a los descamisados, o sea, con un tinte populista; pero, sobre todo, con un adecuado toque informal y simpático, sin exagerar, acompañado siempre de una sonrisa abierta y de una buena chaqueta. En el proceso actual de configurar nuevos escenarios políticos, parece que la dialéctica será entre encorbatados y desencorbatados. No es la primera vez que la corbata se alza como línea divisoria de los campos políticos. Durante la Revolución Francesa, los revolucionarios la llevaban negra; los contrarrevolucionarios, blanca.

El gesto de Matteo Renzi de regalarle una corbata en plena rueda de prensa no fue una broma. En absoluto. Y la respuesta de Tsipras invita a sospechar que todo estaba perfectamente orquestado. Contestó que se la pondrá cuando Grecia salga de la crisis. Mantiene, pues, el desafío, pero con la promesa de entrar por el aro (casi literalmente) cuando consiga una quita de la deuda. Do ut des, digamos.

Que Angela Merkel no vaya a ser demasiado sensible a este juego de corbatas, no le quita mérito retórico ni escénico. Tampoco el hecho de que a mí, en concreto, Tsipras me haya fastidiado. Yo veía las corbatas en franca retirada y no lo lamentaba. Se podía ir bien vestido sin ella, con un ligero toque bohemio, me decía. Pero ha sido tan potente el mensaje de Tsipras que ha dotado a la corbata de un contenido político irremediable. Paradójicamente ha hecho muchísimo por la corbata: la ha salvado para unos veinte años más. A partir de ahora no me quedará más remedio que anudármela. Ya puestos, blanca.

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