Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

De todos los colores

AYER publicaba el Diario los sueldos de los alcaldes de la provincia, sus patrimonios y sus asesores. Me fijé en los asesores, que es uno de mis empleos soñados. Todo el día dando consejos y trazando estrategias, pero sin responsabilidad, que ésa la tienen los alcaldes y hay que reconocérsela y bien está que la cobren. La vida del asesor es más feliz, porque es una vida teórica pura, a la sombra, fuera del achicharrante sol de los focos.

No es sólo su buena vida lo que me hace alegrarme de la existencia de los asesores, tan numerosos en Cádiz capital. Es que son muy necesarios, cada vez más, aunque se les nota poco. ¿Les cunde a los alcaldes tanto asesoramiento?

Me pregunto qué harán. Me encantaría un reportaje que día a día siguiese a los asesores una semana. Podría ser que con ese nombre tan rimbombante no fuesen sino secretarios especializados, que es un trabajo que también me gusta, pero que no asesora, sino asiste.

Quisiera saber, lo pregunto con una pizca de angustia, quién piensa aquí, donde parece que nadie o casi nadie. Y en todos los campos. Desde la táctica política más inmediata, tan importante como estamos viendo con los pactos, hasta la ideología y los programas, pasando por la gestión. Estoy a la espera de ese reportaje o de ese programa, ya digo, y estaré encantado de que me quiten cierta presunción iuris tantum que tengo. Para mí que asesoran poco. Aunque trabajarán mucho, sí: en otras cosas.

Hay una primera razón humana, demasiado humana. Habida cuenta de que los asesores se nombran a dedo, no creo que muerdan la mano ni el dedo que les da de comer. Y todos sabemos por activa y por pasiva que buena parte de cualquier asesoramiento deviene fastidioso para el asesorado. Es fácil que esa buena parte mala la obvien.

Más fácil aún que los asesores se conformen con ser sociólogos, esto es, que venteen las encuestas y se pongan los primeros en la fila. Nada de formar ideas originales o proyectos arriesgados. En su estupenda tribuna del domingo, Alfonso Lazo decía: "No es la economía, estúpidos: es la cultura", y clamaba (en el desierto) por una toma de conciencia de lo prácticas que acaban siendo las concepciones generales. Si no, lo más importante de la política y lo que le marca el rumbo, que es su concepción del hombre y de la libertad, se recoge, de segunda mano, por ahí, del ambiente. Pero no creo que a ningún asesor le interesara aquella tribuna.

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