Su propio afán

Enrique García Máiquez

Estar en casa

MYRIAM Soto y Antonio Díez han publicado el relato de su vuelta al mundo: Nuestra otra vida. "Nuestra" de ellos y de sus dos hijos, Pablo y Marina, entonces pequeños, que también se la pegaron (la vuelta). La historia es fascinante, pero para narrarla está el libro. Yo vengo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, dos impresiones vivísimas que me llevé de la presentación.

La primera, cuando Antonio Díez contó que no se crió en el mar, sino que la mar fue un descubrimiento de juventud. Hizo una travesía con unos familiares, y una mañana temprano se tiró a bucear, y allí abajo, de pronto, se encontró diciéndose: "Esto me gusta". Detecté de inmediato, en ese placer intensísimo del reconocimiento de un destino, el hallazgo gozoso de una vocación o, si lo prefieren, el flechazo. Ustedes lo habrán sentido alguna vez; yo, en el encuentro con algún autor, en la música, con mi mujer, por supuesto… Y es inolvidable, una de las mayores felicidades al alcance del hombre. En esas tres palabras de Antonio Díez ("Esto me gusta") estaba encerrada, como en el cofre de un tesoro, su vuelta al mundo. Tener la dicha de que algo nos guste, la inteligencia de detectarlo y el valor de realizarlo: no se me ocurre nada mejor. ¿No tienen la triste sensación de que vivimos rodeados (en el sentido militar del término) de gente que no sabe lo que le gusta y que hace lo que le disgusta?

Seguí con gran interés las vicisitudes de la travesía, desde el sangriento episodio del dedo perdido (y hallado a tiempo) hasta el impactante sonido -en el recuerdo estremecido de Marina- de los pantocazos del barco en el Pacífico. Pero fue al final cuando volví a tener una nueva revelación. Tras mil y una aventuras, llegaron al Mediterráneo. Sentenció Antonio entonces: "Estábamos en casa". Era la luz, el olor a pinos, a tomillo, a un mar nuestro, etc.

Como soy poco viajero, confundí, a bote pronto, mi emoción instantánea con el agradecimiento. Me estaban regalando -me estaba ahorrando- un viaje: los pinos de Cádiz eran los de Turquía y, gracias a la misma luz, estaba aquí, pero allá. Más reposadamente, vi que en mi emoción había una dimensión política. Ni en vacaciones nos dejan descansar los nacionalistas obsesos y, sin embargo, nuestra casa desborda con creces las fronteras de una nación. Es el Mediterráneo, es Occidente. En las palabras de Antonio se respiraba la venturosa amplitud del mundo.

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