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La cornucopia

Gonzalo Figueroa

El bofetón

Entre las leyes aprobadas al término de la última legislatura figura la normativa anti bofetón, producto del loable deseo del parlamento nacional de proteger la integridad física y moral de los menores. Ya era hora que se abordara con medidas restrictivas la tendencia de ciertos padres o maestros españoles, muy apegados a la pedagogía clásica de "la letra con sangre entra" y de "un cachete bien dado es didáctico", de alentar la buena conducta infantil mediante tortas estratégicas y localizadas.

Hasta ahí, todo perfecto. Pero en mi condición de columnista intruso y vituperador, creo necesario manifestar mi crítica a la disposición por las carencias que estimo aún existen en materia de sopapos, soplamocos o moquetes. Porque ahora me pregunto: ¿Y qué pasa con los mayores que cometen incorrecciones, impertinencias o desatinos? ¿No se les debería castigar?

Los casos de tales desconsideraciones e insolencias adultas son múltiples. Desde el progenitor que viola la nueva legislación anti-bofetón con sus vástagos, o que, molesto por alguna calificación negativa de su cachorro, va y abofetea al maestro que la puso o al director que la consintió; o el mismo que, cargado de odiosidad al prójimo por excesiva autoestima, insulta arbitrariamente a los automovilistas que le disputan legítimamente el paso o que marcha a codazo limpio por la acera atestada de parroquianos o pretende saltarse la cola interminable para entrar al cine, hasta el machista insufrible que, acodado en la barra del bar del barrio, emite comentarios obscenos sobre las mujeres o cuenta chistes estúpidos que las denigran. No vendría mal tampoco incorporar al grupo de infractores a los bedeles uniformados, porteros y conserjes de mal carácter, que maltratan con desplantes sin motivo a los inocentes que osan consultarles. Y por asimilación, bien estaría que sufrieran una penitencia los que escupen en la calle por vicio, salvo situaciones límite debidamente justificadas.

Estimo que todos, por ser mayores de edad, deberían sufrir como sanción por sus conductas inciviles el mismo bofetón que, de forma abusiva, pretendían descargar contra el menor. Y como éste no tendría ni la autoridad, ni la audacia para propinarlo, la ley debería asignar tal responsabilidad a verdugos o ejecutores boxeadores profesionales en retiro, designados por un juez de paz, un Consejo de Ancianos, un Club de Señoras Defensoras del Feminismo Razonable o un conglomerado bien seleccionado de todos ellos juntos. Ahí queda mi humilde propuesta, en espera de adherentes, sugerencias y/o ampliaciones.

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