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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Qué bello es pagar

CADA poco surge un millonario suplicando que le suban los impuestos, a él y al resto. El último se llama Dieter Lehmkuhl y es, lógicamente, psiquiatra, además de alemán. La gente dice "Oh", y se le cae la baba; pero la mía es mala: muy mala baba.

No me cuadra la escasa fe en la iniciativa privada de esos millonarios pedigüeños. Ellos, que deberían preferir la libertad a las concesiones y otros tratos con el poder público, si quieren loablemente ayudar a los demás, ¿por qué complicar al Fisco y al Estado? ¿No podrían canalizar su solidaridad a través de fundaciones, de ONGs o de asociaciones caritativas? Yo, de ser millonario, lo tendría claro: nada de pedir más impuestos y que luego con mi dinero financiasen bonos patrióticos de comunidades autónomas, abortos, asesores, senadores, sindicatos, confederaciones empresariales, viajes oficiales, campañas de promoción de la lectura, subvenciones al cine, etc. Con mi dinero, si lo hubiera o hubiese, ya ayudaría yo donde me parece a mí que más falta hace.

Tampoco saben mucho de economía esos señores. Cuanto recoge Hacienda se ralentiza: deja de estar disponible para el consumo privado, el ahorro o la inversión, de modo que frena a la sociedad civil. Hoy la cuestión candente está, más bien, en todo lo contrario: en bajar los impuestos, como le gritan a Rajoy desde las cuatro esquinitas Esperanza Aguirre, Mario Draghi, el Wall Street Journal y su arrumbado programa electoral. Mucho más eficaz sería si Dieter Lehmkuhl tuviese el detalle de pagarnos los impuestos a cien o doscientos currantes de clase media asfixiados por la presión fiscal. Entonces sí se me caería la baba.

Porque por ahora no le veo sino concepciones confusas y tal vez motivaciones oscuras. Al pedir que sea un impuesto, está queriendo -acusica- que obliguen a todos los ricos a pagar más. ¿Por qué no paga él lo que quiera y deja que vaya cundiendo, si cunde, el ejemplo? Y por otro lado, siendo psiquiatra, yo le preguntaría si no será que tiene un oscuro sentimiento de culpa con respecto a su dinero o al dinero en general y lo quiere purgar de la manera más dolorosa posible, como un remoto sacrificio ante una divinidad impersonal e impasible. En todo caso, ése es su problema. Lo que me fastidia de verdad es que venga a vestirnos ahora los impuestos con una aureola de beatitud, y no, no, que ya sabemos quién termina pagando aquí al final todos los patos.

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