Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Las armas y las letras

AGRADEZCO mucho los comentarios a mis artículos, tanto por la calle o por las redes sociales como en la página web del Diario, y quizá éstos un poco más. Que sean favorables o que manifiesten alguna discrepancia, de detalle, de cosmovisión o de comprensión, es lo de menos. Lo halagador es que el lector ha tenido a bien leerme y contestar.

A veces uno de los comentaristas más fieles (en el sentido de constancia, no del acuerdo), tiende a añadir a la exposición de sus críticas la duda de que yo, escribiendo eso, pueda ser poeta o llamarme así. Dentro del agradecimiento general, como digo, me consterna no saber a qué se refiere exactamente.

Podría, en principio, tratarse de la creencia de que un poeta no debe rebajarse a opinar de cuestiones políticas. Hay quien piensa que lo nuestro es hablar de pájaros y flores, de amores, de sinsabores y de dolores. Y claro que sí, señores. Pero los poetas son ciudadanos como todos y, si cabe, con un interés más vivo en las relaciones sociales, en el lenguaje de la calle y del foro y en el destino del humanismo y la civilización. Anda que no hablaba de política y hasta de política local Dante. Shakespeare se dejaba caer lo suyo. Y qué decir de los delicados trovadores, que se volvían furiosos politólogos en el sirventés, variante medieval de la columna de opinión. En la poesía moderna, la inquietud política ha ocupado una buena parte de las fuerzas de los poetas del momento.

Puede ser que mi querido contradictor todo eso lo sepa de sobra y que le parezca increíble un poeta que escribe desde una cosmovisión conservadora y católica. Es también otro tópico muy extendido. Mientras el de los pájaros y las flores cunde entre los menos letrados, el de la cultura como campo privativo del izquierdismo florece entre los letraheridos profesionales, digamos. Tampoco es verdadero.

Tanto Homero (portavoz de la aristocracia jónica), como Dante (defensor del ordo medievalis) como Shakespeare (nostálgico del feudalismo) eran todo lo contrario a un poeta progre. Jorge Manrique y Quevedo, ni os cuento. Bécquer tiene una biografía que no deja lugar a dudas. Y así. Por cada Alberti, hay un Mandelstam; por cada Neruda, un Borges; por cada Brecht, un T. S. Eliot.

Así que mientras las dudas sobre mi condición de poeta nazcan de lo que digo y no de cómo escribo y, sobre todo, por mis columnas y no por mis poemas, yo tranquilo. Inquietante sería lo otro.

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