El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Tribuna libre

Rafael Baena Díaz / Abogado

Un año después

Un año. Ya ha pasado un año durante el que lloramos la irremediable ausencia de Eduardo Pérez Avivar. Tato, dulce compañero, fiel amigo. Como dijo Machado: "fue un agua que se secó; un aroma que se esfumó; una lumbre que se apagó". En circunstancias como la presente suele uno excusarse, pese a todas las palabras contenidas en el diccionario, que no se encuentran las adecuadas para definir los sentimientos. Pese a ello sea cual sea la intensidad con que uno viva una determinada situación, existen ocasiones como la actual en la que tenemos la obligación de dar testimonio hablado o escrito de ellos.

Hace un año y en plena madurez la avaricia de la muerte le robó la vida. A la inexorable cita llegó cumplidor, limpio de corazón y trabajando por su ciudad. Desde muy joven se dedicó a la actividad pública con vocación de servicio. Ejerció el papel de ciudadano en el sentido más clásico del término. Cada dos o tres meses nos reuníamos los viejos compañeros de la niñez que compartimos pupitres y recreo en nuestro Colegio de San Felipe Neri. Tras la cordial comida era inevitable escucharle las innumerables ideas y proyectos que tenía para Cádiz. El Oratorio, el nuevo hospital o el nombre del puente eran motivos de discusión. Con razones no exentas de pasión trataba de convencernos de la bondad de sus tesis. Siempre respetuoso con la opinión de los contertulios, su norte fue hacer lo que creía más favorecedor a su ciudad y en su consecuencia a la prosperidad de los gaditanos. Llevó a la práctica la idea aristotélica de que el bien de ambos es uno. Sus pilares en esta tarea fueron sus irrenunciables ideas socialistas, el apoyo de su familia, María de los Santos, su mujer, y el de sus hijas.

De la amistad hizo culto. Como hombre bueno que era la consideraba como algo sin la cual el hombre no llega a serlo de veras. Trataba a sus amigos como "otro yo". Dispuesto a sacrificarse por ellos, los hacía llamar con impaciencia para compartir sus alegrías. Sin embargo a la hora de sus preocupaciones, se bastaba con sus propios sufrimientos.

Por eso, cuando generosa la tierra gaditana se abrió para darle su último cobijo, sólo quedó allí su inerte cuerpo mientras su memoria permanece en nuestros corazones, pues la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos.

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