Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Sin ánimo de ofender

ÁNIMO de ofender no tengo nunca, pero, como éste es un tema, por lo visto, más sensible que ninguno, protesto mis buenas intenciones desde el título, para que queden en grande. Y me acojo al dicho antiguo: ¿preguntar es ofender?

Me pregunto si los fastos del Orgullo Gay no se están saliendo de madre, yéndoseles de las manos, sobreactuándose. Sopesémoslos desapasionadamente. ¿Qué otro movimiento cuelga banderas propias, particulares, en los ayuntamientos con tal profusión de emociones y autoparabienes (¿autobombo?) de los alcaldes? ¿No es una discriminación, aunque sea positiva? ¿No se niega así la normalización de la homosexualidad?

¿O no habría que celebrar, ya puestos, otras conmemoraciones igual, colgar cada semana la bandera que toque de los balcones de los ayuntamientos en un mástil ad hoc, un astil versátil, un "versastil"? Supongan un Día de Exaltación Heterosexual. Suena raro. ¿Será por su propia normalidad implícita, dicho sea con perdón? Cierto que en Madrid hubo grandes manifestaciones en tiempos de Zapatero que se presentaron como la Fiesta de la Familia, pero en realidad eran protestas contra las leyes de ingeniería social del momento. No fueron celebraciones de la propia naturaleza, mirándose el ombligo.

El Día del Orgullo Gay, en tanto que reivindicativo, tendría justificación. En la medida en que cada vez resta menos que reivindicar, su energía se vuelve en contra de sus logros. Transmite una sensación -paradójica- de marginalidad. Quizá por eso, por un movimiento reflejo, se pretende mantener a toda costa su carácter de protesta, aunque ya no se sabe contra quién, teniendo a las autoridades públicas de todos los colores apuntándose encantadas al festejo ni tampoco se sabe qué pedir que no vulnere la igualdad ante la ley (se han llegado a proponer este año unas cuotas de contratación). ¿Queda, tal vez, un ánimo, no de ofender, que eso es muy fuerte, pero sí de epatar? ¿Una pretensión de que sea una fiesta de guardar, obligatoria para todos?

Para el reaccionario, los días del Orgullo Gay no dejan de ser una última prueba de que algo del viejo orden, aunque sea residual y al nivel subconsciente de la conciencia, se resiste a extinguirse. El Orgullo Gay podría disolverse en su éxito o transformarse en un folclore como el día de San Patricio, sólo que con más colores, además del verde. Esa cierta beligerancia de fondo y forma resulta llamativa, ¿no?

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