De poco un todo

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agua fresca

TENGO que darme mucha prisa en recoger esta escena. Todavía mi hijo Enrique, con tres años, pide en la terraza del bar o en la barra del chiringuito o en la mesa del restaurante o en casa, con una ilusión que los mayores guardamos para los vinos más añejos, y su hermana y los niños más mayores para las bebidas más gaseosas y azucaradas, pide, digo, entusiasmado, sin dudarlo, con las ideas claras, agua fresca. Le alabo el gusto.

"Áriston mèn hýdor", lo mejor, el agua; así empieza la "Olímpica 1". Mi madre, que no había leído a Píndaro, decía lo mismo: que si el agua costase tanto como el mejor champán aún nos parecería barata, pero, como no tiene apenas precio, no la valoramos. Su padre, mi abuelo materno, recitaba con frecuencia unos versos de los que ignoro el autor: "La copa tengo en la mano/ de agua pura y cristalina/ que es la mejor medicina/ para el hombre en el verano". La sangre es más espesa que el agua, sí, pero esta vez a su favor, y ahora el nieto que mi madre no conoció ha heredado esa reverencia y hasta la de su bisabuelo. "La felicidad no es cara./ Basta para ser feliz/ tener sed y beber agua", ha escrito Juan Peña, que está en el secreto.

Pero no quiero hablar de dinero, sino de libertad y placer. Demasiado poco nos paramos a comprobar en qué medida nuestros deseos se encadenan ellos solos, tan tontamente, a la ley de la oferta y la demanda, sobre todo a la de la demanda: a las modas, a la publicidad, a la imitación de los demás. Esos deseos, tan mediatizados, acaban limitándonos la realidad, tan insondable. Tendríamos que preguntarnos mucho más a menudo qué nos gusta de verdad, sin complejos ni postureos ni copieteos ni presunciones, y disfrutarlo. Hay una felicidad amplísima a nuestro alcance a la que podemos aspirar simplemente a base de limpieza. A todo le miramos, sin embargo, el precio y lo medimos con la vara (verde) del deseo ajeno.

Lo más hermoso sobre la hermana agua, recordé aquí hace algún tiempo, lo cantó hace mucho san Francisco de Asís. Como si llamarla "sor Aqua" fuera poco, le supo ver a la incolora e insípida estos sabrosos adjetivos: "muy útil, humilde, preciosa y casta". Fray Luis de León no se quedó atrás: "El agua es bien precioso". Aunque para mí nada es comparable a cuando mi hijo, dueño y señor todavía de una libertad sin trabas, pide al camarero su agua fresca. Me sacia una sed secreta, que parecía irremediable, y no.

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