Francisco Correal

El agricultor que prestó su nombre a los comunistas

Tenía dos patrias chicas, Olvera y Morón. Antonio Mairena le presentó a Felipe González, que se convirtió en su amigo y lo invitó al congreso en el que el PSOE dejó de ser marxista

Ati, Rafael, porque siempre me afeabas que no te tuteara, a ti, don Rafael Álvarez-Colunga, siempre te fascinó el mundo de los periodistas. Por eso nos respetabas tanto y no miento si digo que nadie ha sido mejor anfitrión que tú para darle calor y buen vino a estos muertos de hambre que están en hoteles donde nunca nos quedamos a dormir. Tengo colegas que pueden dar fe de tu exquisita hospitalidad, cumplimentada en tu casa del Rocío en la calle Águila Imperial, en tu caseta de la Feria, donde nadie era más que nadie por tu querencia de un comunismo angelical, casi terrícola. En cualquiera de los encuentros que hemos tenido, a algunos de los cuales les pusimos el corsé de la entrevista para que tu jocunda conversación y asombrosa sabiduría no se quedaran en la penumbra de la materia reservada.

De hecho, la última vez que nos vimos fue en la boda de un periodista. Compartimos la mesa de los aperitivos en la ignota hacienda marismeña de Los Palacios donde nos invitó Paco Rosell, una hacienda misteriosa en la que una placa recordaba que allí estuvo de visita Haile Selassie.

Cuando tu hermano Antonio digiera el dolor y sublime la ausencia se sentará en uno de los rincones de Orihuela, ese cortijo de sierra en el término municipal de Coripe, ese paraíso terrenal por el que los evangelistas se podrían querellar contra vosotros con la acusación de plagio. Se sentará y cuando vea revolotear a los buitres leonados en torno al peñón de Zaframagón, hará el recuento y le saldrá uno más. La mayor colonia de buitres leonados del mundo. Se detendrá ante el vuelo de un buitre blanco, un ángel. Así te recordaremos en tu bonhomía, galicismo que nunca en tu caso sonará a adulación.

Eras un personaje de novela, un farmaceútico del mismo calado literario que Monsieur Homais, el boticario de Madame Bovary. Ahora que el campo se queda sin campesinos, vacío estudiado por tu amigo y el mío el antropólogo Salvador Rodríguez Becerra, tú podrían explicar las diferencias entre la fanega corriente que rige en Morón (5.800 metros cuadrados) y la fanega castellana, que se utiliza en Olvera (6.400). Todo el mundo tiene una patria chica. Tú tenías dos, los universos de esas medidas de la fanega.

Araceli Colunga, abuela de Javier Arenas, fue tu madrina, y en justa reciprocidad, cuando su nieto empezó a crecer tú ibas a recogerlo los domingos al Claret para que comiera en casa de tu tía María, que por las tardes lo llevaba al cine. Eras muy amigo de otro ilustre alumno del Claret. A Felipe González no te lo presentó ningún correligionario o profesor de Derecho. Tus trochas eran otras. Lo conoces a través de Antonio Mairena, uno de tus iconos culturales. Felipe te invitó al famoso congreso del PSOE en el que los socialistas renuncian al marxismo. Pusiste a tu nombre la casa que los comunistas, recién salidos de la clandestinidad, se compraron en la calle Teodosio, porque el dueño falangista no quería tratos con ese tipo de clientes. Nadaste contra corriente. ¡Qué presidente se perdió el Betis! Fuiste vicepresidente en el mandato de Juan Mauduit, testigo de excepción de aquella huelga de la construcción cuyo final se certificó en la secretaria técnica del Betis, en la calle conde de Barajas, porque el conflicto podría retrasar la remodelación del estadio para el Mundial 82. Gracias a aquella negociación pudimos ver a Zico y Sócrates, a Junior y Toninho Cerezo, héroes como Daoiz, poetas como Villalón, dos de los inquilinos de tu árbol genealógico.

En el cortijo Orihuela, el antiguo tinahón de las vacas se convirtió en museo de carruajes, una de tus aficiones. Experto en landós y jardineras, allí hay hasta un coche de tiro que usó el obispo de Copenhague. Tus entrevistas eran regalos. Cuando te pregunté si cederías tus tierras de Morón para que repostaran los aviones norteamericanos, me decías: "me las tendrían que expropiar". Tú, que siempre admiraste ese país. Te preguntaba también quién convenció al Vaticano para suprimir la palabra deuda del Padrenuestro y me decías que fue Miguel Castillejo, el sacerdote que llegó a estar al frente de Cajasur. Eras un tipo de Visconti en un país que no sale de los Ozores. Un revolucionario tranquilo que tenía la farmacia al lado de donde vivió Pedro Salinas cuando se permutó la cátedra con Guillén y ha muerto como Hemingway.

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